Calma profunda, tan profunda que podría confundirse con el negro, constituyendo, así, una representación de las tristezas más insondables y/o de las menos exploradas, por eso su halo de misterio es fértil y una constante. Fugitivo, porque se puede camuflar con otros e incluso esconderse en sus matices, pero nunca anularse, por lo que funciona como una fuerza latente que puede emerger, y -desde esos entramados- se compone nostálgico, o con tendencia a la nostalgia. Concéntrico, aleja el movimiento y el ruido a su alrededor para reencontrarse sobre sí y hacerse fuerte, entonces se torna flexible y en esa flexibilidad halla su sonido visual y orgánico, o sea que es de una vitalidad que se siente por un lado infinita en su capacidad circular y reflexiva en su lado introspectivo. Aunque lo asociemos (no siempre correctamente) al cielo, nunca será de altura, siempre será de fondos, los fondos más hondos, la máxima profundidad.
Estamos hablando del azul, de la energía, la presencia y el peso del color azul tal como nos lo acerca Kandinski en las sagradas páginas de su libro Sobre los espiritual en el arte. Y no hay una manera más íntegra para presentar la mejor de las tantas facetas de Pablo Picasso (Málaga, 1881), el Período Azul, que la propia anatomía de ese color.
El Período Azul de Picasso es una etapa corta e intensa que se da a partir del suicidio de Carlos Casagemas (Barcelona, 1880), uno de sus amigos y colegas más cercano, y finaliza para 1903 con esa obra tremenda que es La Vie.
Atravesado por el duelo y el existencialismo de una juventud que va golpeándose con la madurez, el malagueño absorbe las bendiciones del azul para tocar narrativas sobre las que rara vez volvería con este nivel de sensibilidad: clases trabajadoras, pobreza, soledad, abandono, tiempo, vínculos.
Casagemas, que tenía 20 años, al igual que Picasso en ese momento, se había enamorado locamente de Germaine, una modelo que se convirtió en su musa, amante de la libertad sexual, que nunca lo correspondió. Luego de varias idas y vueltas, sumergido en un desamor del que no encontraba salida, aprovechó uno de sus viajes a París para juntar a sus amigos en una cena e invitarla a ella, quien asistió tratando de mantener una buena relación con él, dado que, además, compartían círculo social.
Era febrero de 1901, desde hacía unos meses su amistad con Picasso y otros pintores de ese entorno más íntimo se había desgastado un poco por diferencias políticas, así que este viaje, a diferencia de otros tantos anteriores, lo había hecho sin él, uno de los grandes ausentes de aquella velada.
La cita fue en el Café de I’Hippodrome, parecía una buena excusa para celebrar cómo la carrera artística de Casagemas comenzaba a recibir atención y reconocimiento, pero el prometedor pintor sorprendió a todos cuando se paró, sacó un arma y le disparó sin éxito a Germaine. El siguiente movimiento fue letal, se voló su cabeza.
Nada de lo ocurrido fue impulso: tenía más de 7 cartas en su saco para repartir entre sus amigos españoles, y no son pocos los biógrafos que aseguran que lo último que hizo antes de viajar a París fue pasar por la casa de Picasso, que no estaba en ese momento, para reconciliarse y despedirse.
Este hecho marcó por completo la vida del malagueño y también su obra. El recuerdo de su amigo aparece en varias pinturas, escenas y retratos, y consolida el inicio del Período que nos convoca. Si bien los azules ya eran de su uso, y luego de esta etapa también continuaría usándolos, es con el cuadro que evoca el entierro de Casagemas que hegemoniza el azul y marca las temáticas que lo mantendrán en vilo el siguiente par de años.
Podríamos hablar de una determinación del artista por iniciar esta etapa azulada, también se suele especular con que -ahogado en su malísima situación económica- el artista tuvo que limitar su paleta de colores y así definió seguir con el único color que en ese momento lo representaba a través de todos los matices emocionales que quería trabajar.
Más allá de estas lecturas, y mucho más allá de la cantidad de piezas que creó en toda su carrera, lo cierto es que los procesos de creación de Picasso eran volátiles y brutales, de constante transformación y retoques, llegando a cubrir obras enteras con pintura para comenzar de cero sobre ellas, dejando debajo de esas nuevas piezas a otras que llegaron a tener su propio recorrido. Ya sea por insatisfacción, por errores, confusión y hasta por definición concreta de empujarlas al olvido, y podríamos fantasear con la idea de querer dejar guiños ocultos, lo cierto es que el reciclaje le permitía seguir trabajando y todos esos restos se convirtieron en una de las principales herramientas de investigación sobre él.
De hecho, hay otra versión de esa obra cúlmine que es La Vie, que se encontró cubierta por la pieza titulada Azoteas de Barcelona. Pero tal vez la máxima revelación, al menos poniendo bajo la lupa a esta etapa, es lo que se encontró debajo de la mismísima La Vie.
A través de diferentes rayos y escáneres, los investigadores del museo de Cleveland descubrieron que en su interior había mucha más riqueza de la que asomaba a simple vista, lo que los llevó a ejercer una serie de estudios que finalmente dieron el batacazo: debajo de La Vie estaba la obra Últimos Momentos, una obra que durante décadas se pensó que había desaparecido y de la que solamente se guardaba el boceto.
Últimos Momentos había figurado en la primera exposición individual de Picasso en Quatre Gats y fue traslada a París para ser parte de Exposición Universal. Estamos hablando de febrero de 1900, justo un año antes de la tragedia. Luego de ese traslado no se supo nunca más nada de ella y se la dio por perdida.
Como yapa, ese estudio aportó un dato de color para nada insignificante: la cara del protagonista masculino de La Vie había pasado de ser Picasso a ser el propio Casagemas. De esta manera, el Período Azul, arrancado con el entierro de su amigo, terminaba con esta obra que es una alegoría al amor profano y sagrado, a las dificultades que enfrenta la clase trabajadora y al inexorable ciclo de la vida y la muerte, un ciclo que en el arte toma literalidad de irremediable y se presenta de manera milagrosa, pero, sobre todo, reparadora.
#38 — Born to be blue
