Bambo Sibiya (Sudáfrica, 1986) trabaja con técnicas tradicionales de pintura y grabado, principalmente con acrílico y carbón, logrando una diferencia notable a partir de las formas en las que mixea los elementos.
Su trabajo gira en torno a la filosofía Zulu y toma como gran guía el concepto espiritual Ubuntu Ngabantu, que se traduce “soy el que soy por lo que todos somos”. Los matices y entramados profundos de esa visión son resaltados en las obras de Sibiya para que nadie tenga duda de lo que está contando con su arte, más aún, de lo que está buscando visibilizar, valorar y reivindicar.
“Me interesó registrar cómo fue dándose el desarrollo de algunos municipios alrededor de la industria minera, y como en ese desarrollo terminó naciendo una nueva cultura”, explica. El desarrollo se dio de la mano de las nuevas generaciones que decidieron dejar atrás la vida rural para llegar a Johannesburgo con la esperanza de lograr una vida mejor, “en ese movimiento ya se empezaba a escribir una nueva historia, porque esos jóvenes se lanzaban hacia un destino sin referencias familiares ni respaldos institucionales”, reflexiona antes de continuar explicando que “la industria minera fue la principal fuente de trabajo durante el apartheid, y no fue fácil de soportar para muchos negros. Porque no sólo se trató de enfrentar al poder blanco, también se trató de lidiar con los problemas sociales propios y el proceso personal de haber dejado atrás tu casa, familia, amigos, tu lugar, por más inseguro o precario que fuera, dejar atrás ese lugar que hasta cierto momento fue tu hogar”.
El artista confiesa que fue muy revelador comenzar a estudiar ese momento social, “cada conocimiento que sumo sobre mi comunidad lo tomo con responsabilidad, por respeto a la lucha y los desafíos que esos hombres y mujeres pasaron. Llegar a tomar ese conocimiento es un acto de memoria y justicia, porque siempre quieren borrarnos, taparnos, corrernos, sin embargo la verdad está ahí esperándonos. Por eso también me parece inevitable pintarlos y resaltar que todo comenzó acá, porque está en nosotros hacer cultura, es nuestra identidad”.
Las mujeres en sus obras aparecen poco, pero no hay en esto una definición sexista, es que el escenario que narra no tenía lugar para ellas, sin embargo, él las incluye como las madres, hermanas o amigas de esos trabajadores mineros, y siempre aparecen con un sentido estrictamente afectivo. La idea de familia, también, aparece extendida: por un lado la nostalgia de los lazos sanguíneos, su presencia nostálgica a partir de las imágenes o diversas formas de comunicación y el recuerdo, y por otro la que se comienza a componer con los pares.
Sibiya llena los cuadros de música y de encuentro, su representación de lo cultural es exacta y profunda, se configura en el compartir cotidiano y en esa construcción familiar bajo el aura de la pertenencia social. Los juegos, la escritura, el deporte o el baile aparecen como elementos de comunicación, de diálogo, como un hilo conductor que los une y transforma, no de ambición o materialismo. En ese compartir constante, lo mismo ocurre con la moda.
Fue en este tiempo y espacio, en torno a las mineras, que nacieron los Swenkas, una cultura que hoy está instalada en todo el mundo pero que nace con los trabajadores sudafricanos que encontraron en la ropa la manera de canalizar su energía y creatividad, lo que terminó ayudándolos a reparar su autoestima.
Todo empezó como un juego: luego de las largas y duras jornadas laborales buscaban ropa para disfrazarse e imitar a sus jefes. La idea era siempre hacer reír a los otros en un escenario hostil y adverso, política como emocional y económicamente. Cuando se dieron cuenta habían llevado el juego a niveles creativos muy altos, y esa ropa ya no era disfraz sino un vestuario que los hacía sentir bien, cómodos, los identificaba y el proceso los contenía envolviéndolos en nuevos aires de pensamientos. Estaban creando, la imaginación estaba despierta e iluminada. Así que comenzaron a usar el tiempo libre en pensar su propia vestimenta con lo que tenían, encontraban, recibían, intercambiaban entre sí, y demás, comprendiendo que en esa acción había un triunfo en varios sentidos y que esa vestimenta sería lo que finalmente es en la actualidad: el swenka es un estilo que simboliza la dignidad, autodeterminación, audacia y fraternidad.
Para completar el escenario social de estos hombres, vale decir que en esos tiempos y en esa economía era imposible pensar en celulares, así como salir a buscar teléfonos podía ser exponerse a no volver. Por lo que una radio, más precisamente un programa llamado Ngikhonzele, cumplió un rol fundamental cuando comenzó a hacer de intermediaria recibiendo correspondencia de y/o para ellos. Llegada la hora, todos se juntaban a escuchar las historias que leían al aire achicando la distancia y burlándose de los impedimentos impuestos para comunicarse con su gente.
En definitiva, las obras de Bambo Sibiya nos recuerdan en un momento más que oportuno la anatomía política de la acción migrante, una acción que no se mueve atrás de una aspiración sino que responde al derecho humano de la supervivencia, y cuando los derechos humanos son atropellados las respuestas tienen que ser urgentes. Por eso, nuestro artista de hoy, sin ingenuidad ni inocencia, transmitiendo desde adentro la sensibilidad migrante en comunión con la unidad de los trabajadores, elige resaltar la organización y la resistencia como dos tipos de fuerzas que construyen cultura y que aportan los valores sociales de los que no hablan, no alimentan, no representan ni defienden los que viven hablando, justamente, de valores.
#37 — Soy el que soy por lo que todos somos
