Nota publicada en Revista Polvo
Que el título no los engañe: Grandes del jazz internacional en Argentina (1956-1979) de Claudio Parisi, flamante edición de Gourmet Musical, es una biblia respecto al género y será así de abrazada por todo amante jazzero, pero también es mucho más. Es un tesoro para todos los que —independientemente de los gustos musicales— encontramos motivos en nuestra mixeada anatomía cultural argentina para conmovernos con aquello que somos. Y si algo nos permite la música es el saber que somos uno con los otros, y en ese modo de ser, ya no seremos los mismos una vez que los sonidos toquen nuestras fibras más íntimas y marquen a fondo el ánimo de nuestras vinculaciones, ya sea con esas otredades como con los lugares donde ese acontecimiento se da, lugares que contienen nuestro despertar y desarrollo social.
Amiri Baraka, uno de los más grandes críticos de jazz, si no el más grande, solía reclamarle a la crítica blanca la incapacidad de comprender todo el trayecto emocional que ese sonido que los conmovía había hecho antes de llegar a sus oídos, un trayecto que respondía no tanto a la música misma sino a la historia afroamericana en su mirada más íntegra y rotunda, por lo que, según él, sin esa comprensión, pocos lograban una lectura fértil y honesta, justa si se quiere, de lo que realmente es el jazz. No se trata de un género, o, mejor dicho, al igual que el blues o el hip hop, conforma una filosofía de vida, compone un mundo propio para que la existencia, siempre fraternal y nunca individualista, no pierda sus signos vitales, tal como lo hizo el góspel en primera instancia. Baraka también sostenía algo esencial, y es que a través de esas piezas musicales se podía poner en diálogo la historia y sus tiempos, y en parte, el lugar de la crítica debía ser de mediadora entre públicos, ergo, si la crítica no lograba comprender la anatomía del jazz su mediación sería vacía o superficial, meramente gentil o condescendiente, desmereciendo el aporte, el alcance y la brutalidad del jazz, cuando no cayendo en la habitual apropiación.

El gran acierto de Claudio Parisi es que no busca tomar ningún lugar que no sea el propio. Y ese lugar propio es el de un argentino que ama profundamente la música y que abraza todos los entramados de la galaxia jazzística a partir del intercambio cultural.
Así, Parisi nos invita a andar un camino que siempre será suelo de nuestra tierra. Desde ahí, ocupa un lugar de anfitrión generoso con todos los protagonistas y/o entrevistados que aportan sus testimonios, experiencias y anécdotas al lado de aquellos gigantes. Pero también el autor cumple el rol de guía cercano y didáctico con nosotros sus lectores, porque en su forma de narrar no pierde nunca el tono 100% argentino, más aún, un tono barrial, de noche argentina y hasta generacional, y lo hace con la nobleza de quien comparte en la narrativa mucho más que una escritura, más bien un sentimiento de respeto y conocimiento, que late de tal manera página tras página que nos sentimos envueltos en una conversación cara a cara, como si estuviéramos escuchando toda esa maratón de aventuras en la mesa de un bar, el bar más argentino que nuestra imaginación pueda ofrecernos.

En el prólogo, un emocionado Gustavo Bergalli dice que este libro es también una declaración de amor a la amistad, y no es necesario avanzar muchas páginas para confirmarlo. Esa confirmación se dará una y otra vez con Parisi trayendo a nuestro presente a todos los nombres argentinos que en un mundo cero globalizado y cero conectado obraron por el jazz. Hay pasajes de justicia poética para muchos olvidados, y también hay momentos emotivos que abren un puente para las nuevas generaciones y logra llevarlos a una nueva dimensión, como la anécdota de Bebe Eguía tocando con su último aliento frente a un emocionando hasta las lágrimas Billy Mitchell.
Gillespie, Armstrong, Nat King Cole, Ella Fitzgerald, Duke Ellington, Ray Charles, Bill Evans, Charles Mingus son solo algunos nombres de una lista completa de las visitas a nuestro país que se sucedieron entre 1956 y 1979, en algunos casos cruzando la General Paz y tomando las rutas. La presentación sigue un perfecto orden cronológico que se enriquece gracias a una edición hermosa, desbordada de fotografías, recortes y perlitas.

Disfraces de gaucho, confesiones inesperadas, arrebatos de escenario, cintas perdidas, arreglos odontológicos, desobediencias contractuales, una máscara de béisbol, imitaciones, sustos que terminaron en el Hospital Fernández, un gato siamés con un pasaporte, amistades resistiendo la distancia, largas noches de pizzas —tal como acá se comenzaron a entender y a palpitar las jam sessions— copando los clubes habituales y evocando un futuro de fama mitológica para varios de ellos, como Jamaica o Bossa Nova, el boliche al que le alcanzó un mes de existencia para ser testigo de conciertos sublimes. Todos estos acontecimientos, acá enumerados sin ánimo de spoilear y dejando un gran margen para que la sorpresa y el sentimentalismo los tome, se ensamblan amistosamente con los sabores y humores argentinos, con hombres y mujeres que hoy, a través de Claudio Parisi, nos llevan de vuelta a aquellos días y noches cuando el mejor jazz del mundo intimó con los mejores de los nuestros. Sin teletransportación ni máquina del tiempo a la vista, Grandes del jazz internacional en Argentina (1956-1979) ocupará ese lugar desde un rincón especial de la biblioteca.
Grandes del jazz internacional en Argentina (1956-1979)
Claudio Parisi
Gourmet Musical, 2019
357 páginas