#29 — No soy yo, es mi cuerpo

Borrar con los genitales lo que escribimos con la lengua. Así, informalmente, podríamos definir al ero-guro, el movimiento artístico japonés que nació alrededor de 1930 como forma de protesta social y cultural, echando mucha luz (mucha) sobre todo lo que se esconde atrás de diferentes mandatos, normativas, discursos, costumbres, etc. Su nombre se toma de las palabras en inglés “erotic grotesque nonsense”, lo que se conoce en Japón como un gairaigo, y por eso, probablemente, es que su denominación nos diga tan poco sobre lo que realmente es.
El ero-guro, que toma cosa de otros géneros, manga y shunga principalmente, no es simplemente arte sexual, no se limita a lo pornográfico y grotesco, y no es tampoco un movimiento lisa y llanamente violento, es, ante todo, arte político. Por lo que podemos completar esa definición informal diciendo que también se trata de borrar con la lengua lo escrito con los genitales, sobre todo, los ajenos y, más aún, los genitales burocráticos.
Molesto por concepción, puede rozar lo aberrante y puede definitivamente serlo, y no intenta para nada ser reflexivo, aunque exige atención detallada y una alta interpretación. Estas piezas no se agotan a simple vista, ofrecen un sin fin de entre líneas que abren el juego mental y el poder de relación. Y aunque no siempre serán excitantes, el ero-guro logra niveles exquisitos de erotismo y sensualidad.
Su leitmotiv podría ser tranquilamente “no soy yo, es mi cuerpo”. O sea, todo lo que viene a ridiculizar, a romper, a cuestionar, a repudiar, a enfrentar, todo lo que cae en su órbita y lo apropia, el ero-guro lo hace desde y con el cuerpo, sin que eso signifique que lo esté haciendo o eligiendo la persona portadora de dicho cuerpo. Y ahí la clave, el oro en bruto presentado con ironía y humor: hay demasiado sucediendo entre un cuerpo y la persona que lo porta, y eso se multiplica por cada cuerpo y por cada persona, o sea que, a su vez, hay un desprendimiento incontrolable de sucesos a partir de cómo esa dualidad se relaciona con la misma dualidad ajena.
Pero hay algo más. El placer, el dolor, el goce, la ambición y el instante definitivo en el cual una opinión o una idea corre sus límites es imposible de conocer en el otro, porque es imposible de conocerlo con precisión en uno mismo, por más que consideremos movernos en ciertos márgenes; ergo, la corrupción de los cuerpos es infinita en su imperceptibilidad e inapelabilidad.
Mientras que vemos como las transgresiones actuales son todas del pasado, y las expresiones más libertinas toman la forma de las más conservadoras para alzar su voz, el destino parece ser fatal y único: todo atenta a la libido, y esto, que a priori quizás lo relacionamos con lo sexual, es la principal herramienta a ese mal mayor que es la desidia, desde el aburrimiento mínimo cotidiano al más profundo, el que se regodea volviendo sobre consensos culturales fundacionales de los nuevos mundos, el que ya no sabe conversar por fuera de las poses presumidas, narcisistas y cínicas que se recrean en los escenarios virtuales.
La consecuencia que padecemos a diario no es este mundo infantilizado de manera causal, sino sujetos que infantilizan sus interpretaciones, vinculaciones y sus posicionamientos, sujetos que al verse afectados -y lo que nos afecta siempre son las interpretaciones, vinculaciones y posicionamientos- no se distinguen como parte responsable y se dejan fuera de la interpelación, con la boca tan llena de la visión de lo que creen ser -y de lo que creen que son los otros- que ya no pueden verse (ni ver).
Entre los artistas más reconocidos y todos los que uno puede encontrar navegando hay algunos que resultan indispensables. Mis favoritos son los históricos Toshio Saeki y Suehiro Maruo, y también Takato Yamamoto, pero sería injusto recortar su obra -que sucede en una constante metamorfosis- para incluirlo ahora en esta lectura generalizada (quedo en deuda). Por otro lado, es más que interesante el oscurismo fantástico de Jun Hayami, y otros trabajos como los de Toshio Maeda y Shintaro Kago. Reconocidos ellos, vale tener en cuenta que ninguno estaría en esta lista si no fuera por Kazuichi Hanawa.