“Pinto para mi yo de 12 años” dice Simon Stålenhag (Suecia, 1984)
Si a primera vista los escenarios parecen de un futuro post apocalíptico, en la mirada atenta encontraremos que en realidad no hay un tiempo determinado.
¿Estamos nosotros en un mundo de robots, están los robots tomando nuestro mundo? ¿Estamos siendo sometidos por las máquinas, las máquinas trabajan para nosotros, o simplemente estamos todos conviviendo bajo una inquietante calma? ¿Es todo un sueño o es real? ¿Estamos en peligro o estamos a punto de ser salvados?
Influenciado por Blade Runner, Stålenhag prefiere no definir estas cuestiones y sí poner a disposición de su obra todas las imágenes históricas culturales que lo hayan tocado para generar un nuevo tiempo y espacio en donde nada de eso se pierde. En su rescate conviven texturas originarias, hábitos de infancias analógicas, elementos tecnológicos, paisajes y locaciones que parecen salidos de alguna película de los hermanos Coen, la relación con los grandes fenómenos climáticos, es que “vivir en una ciudad alejada con climas que por momentos se vuelven invasivos hace que te relaciones diferente con el paisaje, puede ser el mejor espectáculo que puedas imaginar, pero también te recuerda lo pequeño que sos frente a la naturaleza”.
Como un gran acumulador de capas sensuales, mundanas y fantasiosas, generando una atmósfera en la que no se sabe si todo acaba o todo está por comenzar, las piezas de Stålenhag también son una forma de valorizar lo que solemos hacer cada uno de nuestros días: armarnos el mejor minimundo posible para que el gran mundo sea mucho más habitable de lo que tiene por sí solo para ofrecernos. Y a veces, para esperanza (o sea, para fatalidad) de nuestro yo de 12 años, lo logramos.
#5 — Un futuro para el pasado
