#4 — Habitabilidad

“Me atrae el reflejo de la luz, la luz en relación a… O sea, no es algo técnico, me interesa el diálogo que se genera cuando ese reflejo cae y alcanza una pared, por ejemplo” dice Michael Eastman (USA / 1947).

Más allá de ese detalle no menor, lo más interesante de la obra de Eastman es que toma sus fotografías como retratos: “Caen habitualmente en el error de creer que saco fotos con ausencia. Pero la verdad es que no, es que hay presencia por todos lados. Yo hago retratos de los habitantes de las ciudades y de las personas que viven o trabajan en esos interiores, retrato sus historias, sociales e individuales, pero generalmente prescindo de ellos porque los hago a través de los espacios, no a través de sus poses”.

Si toda obra es inacabada, los lugares que habitamos llevan esa idea a un nivel extraordinario, ya sea de contención o de profunda desesperación, y ese “inacabado” se mantiene en un constante transmutar: mudanzas, lugares que cierran, que cambian de rubro, que uno deja de ir, hábitos que cambian pero “esa esquina” será siempre “esa esquina”, aunque cambie nuestra manera de volver (al recuerdo, al lugar, al momento), etcétera. Y he ahí lo incómodo de estas fotografías, porque los espacios tienen -de mínima- algo de nuestra vida, pasamos por ellos no como un elemento de decoración, pasamos por ellos con nuestra vida, aun en la más sistemática manera de pasar: “paso por ahí todos los días a tomar el colectivo, nunca entré / nunca lo vi”.

Por lo que Eastman encontró una preciosa manera de contarnos que las ciudades son otra forma de cementerio y que nosotros terminamos siendo arquitectos emocionales de cada uno de los lugares que habitamos, interviniéndonos unos a otros nuestro vínculo en el tiempo con esos lugares.