#70 — Hello Marta, I’m Andy Warhol

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“Una de las cosas más maravillosas que me pasó en la vida fue conocer a Andy Warhol”, escribió Marta Minujín antes de confirmar el mito al que todos asistíamos a primera vista, “porque fue como haberme encontrado con mi par”. De hecho, él se lo dijo a ella, él la llamaba su par sudamericano. Si alguien no cree en esa hermandad artística tal vez no esté viendo el trasfondo pop, pero quedarse solo en eso o creer que en esa hermandad hay un reflejo estático es también una lectura errada. Más bien ocurre todo lo opuesto, esa hermandad es una ansiedad de sociedad (no anónima) por encastre, más que “alcoyana-alcoyana”, partner in crime.

Para los dos, el “arte arte arte” es un camino hacia la “fama fama fama”, pero a Marta la guía —o le gana— el cuerpo, el proceso, lo lúdico, y tal vez sean esos tres elementos, a su vez, el destino mismo. La fama es la alfombra mágica que levanta sus pies del mundo y en ese vuelo le permite difuminar el hiperrealismo. Ese hiperrealismo que da cuenta de la velocidad con la que esos pies irrumpieron en el mundo del arte y de una forma literal: durante años, Marta anduvo en patines de acá para allá, de allá para acá, desafiando la gravedad, de abajo hacia arriba y viceversa. Warhol la conoció sobre rueditas.

Las obras más emblemáticas de la argentina, sus picos más altos, el lado predilecto y la marca inolvidable, para ella y para los otros, acontecen en el arte no tangible y perduran en el efecto provocado. Shock, verborragia, performance, fuego mucho fuego, happenings. De una de sus apuestas en el MoMA sacamos la evidencia de oro: en “Kidnappening” (1973) salió a “secuestrar” personas para trasladarlas a otras actividades y puntos geográficos de Nueva York, una de las “secuestradas” conoció a su marido en la experiencia. 

Los voluntarios serán llevados lejos, reza el epígrafe fotográfico en un artículo del New York Times, que promociona la performance que tendrá lugar en el jardín de esculturas del MoMA, los días 3 y 4 de agosto de 1973. La fotografía muestra a la artista argentina Marta Minujín con los ojos vendados, el título de la actuación es ‘Kidnappening’. ¿Pero llevados a dónde? ¿Y con qué propósito?”, recupera el MoMA desdoblando el tiempo y se responde ya con el diario del lunes: “Experimentando con ideas de disrupción, participación, comunidad y crítica institucional, la artista argentina Marta Minujín vendó los ojos y ‘secuestró’ a quince miembros de la audiencia como parte de ‘Kidnappening’, el evento de ópera-cantata que organizó con Gary Glover en el Museo de Arte Moderno en 1973. Este ensayo explora la fuerza crítica y el potencial político de las aparentemente ingenuas performances participativas de Marta Minujín, así como su posición ambigua como insider y outsider en la escena artística neoyorquina de los años setenta”. 

Toda persona que cruzara por el jardín con intención de ver lo que estaba ocurriendo debía firmar una autorización. Una vez detenidos en el jardín se entendería que estaban participando y que esa promesa, “serán llevados lejos”, no era una forma de decir. Las quince personas “secuestradas” fueron repartidas por Nueva York y “depositadas” en diferentes escenarios preparados o especialmente elegidos para que acontezca el espíritu de la propuesta. Cenas, ambientaciones random, un concierto, un apartamento en el Upper East Side, el consulado francés, una barbería, el puente de Brooklyn fueron algunos de los destinos. En las cartas que Marta recibió de los participantes, que tenían que contarle el destino que les tocó y la experiencia, había una historia de amor iniciada en esa aventura. Dame algo más pop que ir a un evento de arte, jugar a ser secuestrada y conocer a tu futuro marido.

“Kidnappening” fue pensado, además, para homenajear a Pablo Picasso, fallecido unos meses antes. La acción contó con más de cuarenta artistas, todos con los rostros pintados de figuras cubistas. El grupo representó diferentes coreografías que repasaban todas las poses que el artista había desarrollado en su obra mientras “cantaban soliloquios en los que citaban a artistas, filósofos, políticos y poetas modernos”. La modernidad total para despedir en alto al más moderno de los modernos con un plus que lo distingue por sobre el resto: moderno, pero no superficial. 

La modernidad de Picasso responde a un impulso orgánico, es el tiempo que avanza por la fuerza y te exige seguir, una modernidad con saudade, no fascinada por ideas de futuro vacías sino por un trazado inevitable que necesita un nuevo espacio para acomodarse. Ese espacio no existía hasta el cubismo. Ahí donde el tiempo no para, Picasso acelera y se “adelanta” al cronos no para encarar una batalla perdida en busca de ganarle, sino para despegarse de lo que no puede olvidar, de lo irremediable. La memoria es insoportable y una cruz que se humedece y amplifica su peso frente a un tiempo que no nos espera. El Picasso cubista no niega al Picasso azul, lo consuela. La modernidad que configura el cubismo nos obliga a ver las nuevas formas de relacionarnos con el espacio y el tiempo que nos toca para ver cómo acomodamos los que nos tocó sin que nos obstaculice. Es la no inercia, todo lo contrario a lo que la modernidad hoy termina constituyendo entre complacencias, negacionismos, autoayuda, una cultura de la anestesia que, a su vez, choca con la ambición vana de reducir todo a productividad y resultado. Homenajear al español es un manifiesto por sí mismo y una carta de presentación estelar pero con responsabilidades a tomar. Y fueron debidamente tomadas.

Marta es una mimada del MoMA. Fue de las primeras latinoamericanas en conquistar la escena del arte en Nueva York. La mayoría de los artistas latinoamericanos pasaban con demasiada pena para tan poca gloria disponible. Minujín no fue inocente, ingenua ni pasiva frente a esa realidad, casi regla. Fue cubista. Dice el museo que sus obras lograron mostrar la complejidad de la ciudad desde la visión de un extranjero, “investigando y cuestionando las tensiones sociales en torno a la pertenencia. A través de estas exploraciones, Minujín extendió al extremo los límites del mundo del arte. Lo hizo de una manera consciente, estratégica y crítica de su propio doble papel”, para insistir una vez más en su rol, “como insider y outsider”. Esa manera le permitió sentirse “como en casa entre la vanguardia local, colaborando con artistas tan diversos como Salvador Dalí y Andy Warhol, y grupos como el equipo de Judson Theatre Company y la comunidad Fluxus”.

Marta Minujín, Statue of Liberty Covered in Hamburgers, 1979. Ink on paper vellum, 31 1/2 x 43 1/2 inches. Guggenheim Museum, New York. © Marta Minujín

Y entonces, Warhol. 

Es asombroso —o no, ya nada es tan asombroso, a decir verdad— cómo la contemporaneidad toma a la ligera la idea de La Fábrica. Warhol crea desde una idea absolutista. Es la patronal, una patronal explotadora, manipuladora, extorsionadora. Lo estimula la guita pero mucho más la posición de poder, sabe que el arte no es un juego; para él, el juego es con las personas que se prestan al arte.

Su arte es mostrar la fragilidad de los que son utilizados para representar las hegemonías, los estándares: “flor de sakura, ser una popstar nunca te dura”. Desnudar al máximo lo efímero y superficial del talento que lo rodea, pero también hacer oro de la tristeza de los niños ricos de la ciudad con ambición cultural y abrir las puertas de un falso cielo a los marginados. El entorno y la multitud de La Fábrica no conocía grises, estaba en los dos extremos de la pirámide social, el hilo que unía a los de arriba y los de abajo era la sensación de extravío en el mundo tal como se les había dado. Warhol fue el doctor Jekyll y el señor Hyde de esos incomprendidos y a todos les dio una historia. Aunque sea por quince minutos. 

La belleza no tiene nada que ver con lo lindo o con lo feo, ahí no hay arte, ahí hay decoración y armonía, te gusta o no te gusta, ni una ni otra reacción te cambia nada, nada se desordena, nada se interioriza, todo queda en una antesala a los ojos, ni siquiera dentro de nuestra mirada. La belleza tiene tanto de salvaje que no te permite reaccionar, es una procesión lo que habilita. Incapturable, indefinida, tiene más que ver con la fuerza de la naturaleza: nada podemos hacer frente a ella y en un segundo, en un pestañear, el mismo paisaje o animal que nos conmueve —no que nos gusta, que nos conmueve—, que nos abruma en su grandeza, que nos quita el lenguaje y pone al cuerpo a recordar su pequeñez, su finitud, puede comernos vivos. Comprender y no olvidar esto en el arte, por más tentador que sea el camino de lo lindo para esos egos hambrientos de reacciónes inmediatas, es tener la fórmula de Coca Cola. Warhol no solo no lo olvida, presenta esa fórmula de mil maneras para mostrarle al mundo que ante ciertas circunstancias todos tienen precio, y en el momento exacto que se ponen el precio quedan atrapados en el juego de la oferta y la demanda. Ya no solo que el fin, el descarte, es inevitable, ahora también puede ser resultado del lugar en el que te pusiste.

El pop es el ángel caído del tiempo: el monstruo de dos cabezas que domina el mundo. Cada cabeza tiene nombre y apellido. Una de esas cabezas obviamente es Warhol: la estimulación hacia una vida descartable no solo a velocidad luz, a toda luz: “the revolution is the genocide. Look, your execution will be televised”. El pop de Warhol es la fiesta que se hace mientras se televisa a los fusilados que viven para presentarlos como enemigos. La próxima vez que sean televisados ya no estarán vivos. Algo habrán hecho. La otra cabeza fundadora del pop es David Hockney, su pop arranca justo en la línea de lo que Warhol omite y oculta para favorecer su experimentación con el arte.

Las dos cabezas, en apenas dos décadas, nos dieron pistas de las siguientes y todavía seguimos descubriéndolas. El pop inaugural no solo fue profético, no hay nada de estos veinticuatro años del siglo XXI ni de los últimos diez del siglo anterior que el pop de los 50/70 no lo haya dicho, advertido y denunciado. Es principalmente la piedra fundacional del sistema gentrificador, su estructura, su aliado, su estratega. El sistema gentrificador es la estación sublime del neoliberalismo: el neoliberalismo dice que sobra gente en el mundo, la gentrificación le pone precio a todo y desplaza al abismo a los que no pueden pagar. En su defecto, también desplaza a los que no tienen nada para contribuir al mercado, si no podés comprar te puede salvar que tengas algo para vender, órganos, embarazos, qué más da.

Warhol en lugares x Christopher Makos

A Warhol le encantaba la obra de Marta pero “fundamentalmente le encantaba yo”, le dijo la artista a Maria Gainza hace unos años. La primera vez que se vieron fue en Nueva York, 1965. Minujín siempre arranca recordando la diferencia de edad, “él tendría 38, yo 24”. La argentina venía de cosechar un buen baño de fama luego de tirar unos pollos desde un helicóptero y de quemar toda su obra en una muestra en París. Su paso por la ciudad francesa fue eternizado por su propia escritura en el hermoso Tres inviernos en París. Diarios íntimos (1961-1964).

Marta llega a Nueva York en pleno fulgor de estas polémicas y de la mano de “Batacazo”, una muestra que alimentaba muy bien todo el ruido prometido porque había sido cerrada por la Sociedad Protectora de Animales. En la noche de la inauguración neoyorquina, en la galería Leo Castelli, resonaron las palabras del flechazo: “Hello Marta, I’m Andy Warhol”. Escucho esta presentación como si fuera un verso más de “Giorgio by Moroder”. A partir de ahí, en cada encuentro, ella se deleitaba con él compartiendo o presentándole su mundo al son de dos palabras en loop: “la única, la única, la única, la única”.

Me gusta mucho cómo la describe Gainza: “A Minujín la conversación le queda chica, las palabras le resultan demasiado lentas; hay que ordenar una detrás de la otra cuando a ella le gustaría articularlas todas de golpe y en catarata”. En cambio, Warhol es recordado por su tendencia al silencio y la observación, por respuestas breves, monosílabas, por ideas concretas lanzadas como titular, o pesca: titular y misterio. El tipo hablaba con el ruido de su obra y su llegada se sentía, incluso antes de ver la cabellera blanca, por el flash de la polaroid. Minujín lo recuerda “siempre vestido de negro como un ángel enigmático pero buenísima persona. Igual, después le pegaron unos tiros porque decían que no le había pagado a una chica Valerie. Yo estaba en Nueva York y me enteré por los diarios y fue terrible”.

La destrucción, el primer happening de Marta Minujín (París, 1963)

La Fábrica y su patrón siempre estuvieron en el centro de la escena para bien, para mal y, principalmente, bajo sospecha. Miles de las historias que legitiman el mito de las violencias, que dan cuenta de su capacidad para llevar a las personas hacia el abandono, las adicciones y la locura con el fin de soltarlas en su peor momento se topan con la ausencia de las voces protagonistas. Casi nadie quedó vivo para contarlo y los que sí pagaron el precio de su libertad con un silencio redentor. El río suena y el mito se hace solo. Lo cierto es que La Fábrica tuvo tanto arte como duelo, desamor, engaños, estafas, violencia física, sobredosis, suicidios, SIDA, exilios y otro puñado de personas de las que no se supo nada nunca más, de la noche a la mañana dejaron de estar, de ser vistas, sus carreras se hicieron humo antes del amanecer. Warhol caminó sobre cada situación sin temblar y sostuvo siempre su poco decir porque todo esto también es parte de su legado: el pop lleva a las personas a una vida de laboratorio. Sin pasado ni futuro, todos esos nombres a su alrededor quedaron eternizados para siempre como Chicxs Warhol. De esta forma, al menos mientras se siga volviendo a él, y mientras haya mundo y arte esto ocurrirá, él también vence a la muerte. 

Negarle el mote de genio es una canallada, pecar de separar al artista de la obra es no saber nada del arte ni de la humanidad. Warhol es un todo que interpela, representa, acusa, denuncia, amigo y enemigo que mira a los ojos al siglo XXI y le dice: te tengo en mis manos. Es el inventor de las formas de entretenimiento actuales: un montón de gente sin nada que decir ni nada que hacer siendo adorada por millones que no soportan el olvido al que la vida nos condena a todos. Solo que él lo hacía en burla, se burlaba de los espectadores que alucinaban por verlo comerse una hamburguesa. De nuevo: mostró cómo hasta el uso aparentemente inocuo del tiempo tiene un precio frente al deseo de pertenecer. Y por aquellos famosos quince minutos de fama todos pagan lo que haya que pagar pensando que pueden controlar el minuto dieciséis. 

Después de varios años sin verse, Marta se lo cruza en 1985 y le propone cancelar la deuda externa argentina con choclos, “nuestro oro latinoamericano”. Cuenta que se lo encontró en Odeón, lo puso en contexto, le presentó la idea y le encantó. Sin vueltas, “fui a su casa de la calle 34, a una cuadra del Empire State. Llevé todos los choclos, hice una montaña, pusimos dos sillas y nos sacamos diez fotos. Yo agarraba el choclo, él subía, yo se lo ofrecía y él lo aceptaba. Así la deuda externa quedaba paga. Pensando que yo era la reina del pop por estos lados y él, el rey del pop por allá, tenía sentido que saldáramos la deuda. Después regalamos los choclos firmados a la gente. Esa fue la última vez que lo vi. Murió dos años después”. Dice Marta que, para ella, Nueva York quedó vacía desde ese momento. Y en algún punto ella también, “nunca volví a sentir lo mismo por nadie”. 

Desde hace unos años, el Museo Warhol lleva adelante el proyecto “Figment”: una transmisión en directo 24/7 desde la tumba del artista en el cementerio católico bizantino San Juan Bautista (Pittsburgh). Warhol está junto a sus padres y su lugar de descanso es fiel a toda una vida religiosa que el artista cuidó en detalle, se dice que no pasaba día sin ir a la iglesia a orar. Siempre en estado impecable, adornada y rodeada de ofrendas, con reproducciones de su obra, cartelitos y demás, la tumba que ahora está a un click de todos supo ser protagonista de varias películas, documentales e intervenciones artísticas. El nombre del proyecto responde a una declaración del artista en el mismo año que nos canceló la deuda: “Nunca entendí porqué al morir no desaparecemos y todo sigue igual que antes, solo que ya no estamos ahí. Siempre pensé que me gustaría que mi propia lápida estuviera en blanco. Sin epitafio ni nombre. Bueno, en realidad me gustaría que dijera invención”.

La tumba de Warhol el 7 de enero por la mañana / https://www.warhol.org/andy-warhols-life/figment/