1
Beto Casella le pregunta a Charly si es un hombre de fe. Nuestro bello genio había nombrado a Dios en varias oportunidades, aleatoriamente. La sensación que da es que su referencia es una instantánea: cuando lo que tiene que decir lo trasciende, Charly recurre a Dios. Casella le pregunta directamente acerca de su fe cuando la conversación se concentra en la salud de Gustavo Cerati y el fallecimiento de Luis Alberto Spinetta. García responde en una danza de palabras que buscan decir algo desde la lógica, pero es imposible, porque si hay algo que sucede íntegramente por fuera de la lógica es la fe. Pero dice algo que me parece un tesoro: “cuando uno se enfrenta a la muerte de un amigo, por ejemplo, rezas. Mirás mucho para arriba”.
En 1997, Gustavo — para la sección “Charlas Relajadas” del Suplemento No — respondía a una pregunta parecida, en vez de hablar de fe, el periodista le consultaba si era creyente. La no tan sutil diferencia entre creyente y fe se vuelve visible en la respuesta: “Sí, pero no todo el tiempo. Tengo momentos en los que pienso que lo más saludable es ser creyente. Frente a la muerte, frente a momentos importantes de la vida, no hay ninguna duda de que uno despierta una serie de cosas que no está pensando todo el tiempo. Pero yo tengo muchas dudas. Oscilo mucho y tengo momentos en los que ni siquiera recuerdo que soy creyente. Hay una presencia en todas las cosas, mágica, pero sólo algunas veces lo creo, algunas veces lo veo”.
Los dos se encuentran en la misma fórmula: donde no hay palabras, hay Dios.
2
“Estoy en este mundo, pero a veces siento la llamada de otros mundos”, escribe Amy Fusselman, en el hermoso libro Idiófono. “¿Por qué hay que quedar atrapado en un mundo horrible que se dirige lentamente a su desenlace lógico? ¿Por qué no puede haber piedad?”, pregunta, sin despojo alguno de resignación, la autora. Por supuesto que no tengo respuestas, y lejos de resultarme una tragedia, aunque en estos tiempos lo incierto se viva así, creo que en esa inmensidad espantosa hay una cantidad de preguntas esperándonos.
Lo que sí vivo como una tragedia es que esas preguntas solo se responden bajo el halo de ser uno el que encuentre su ayuda frente a la lógica y la no piedad. ¿Hay algo más peligroso que quedar en manos de uno mismo? ¿Hay algo más peligroso que todo ese mundo invocado bajo el concepto de autoayuda convencidos de saber quién es uno mismo y, más aún, qué necesitan los otros de uno mismo y de ellos mismos? Donde florecen los sí mismos, yo miro al cielo, me quedo con lo divino, en Dios. Aunque sea un Dios como el de Nick Cave, no intervencionista. Quién sabe, no importa ni siquiera eso. Porque, en definitiva, Dios es siempre una invitación a abrir la pregunta existencial, y la pregunta que se abre, con el plus de lo existencial, es decir, lo que humanamente se nos escapa, es el talón de Aquiles de la época. Y nuestra siembra más allá, justamente, o muy a pesar, de nosotros mismos.
3
BoJack Horseman hace un monólogo inolvidable en el velatorio de su madre. Sí, lo sé: es una serie que acontece, básicamente, en el campo de lo inolvidable. Pero, bueno, esta escena específicamente es una traducción fatal de una época que presenta su máxima obsesión por la lógica y su máxima no piedad en el imperativo de la felicidad, pero también en otras expresiones más sutiles. Dice el caballo: “Usualmente, cuando me preguntan cómo estoy, la respuesta sería como la mierda. Pero no puedo decir eso, porque no tengo una buena razón para estar como la mierda. Y si digo estoy como la mierda, luego me preguntan por qué, qué te pasa. Y yo les digo no sé, por todo. Así que, en lugar de eso, cuando me preguntan cómo estoy respondo que estoy genial”.
Imposible no terminar de redondear esta sensación con otra parte del no estar bien: la necesidad caprichosa del otro de querer moverte del lugar en el que estás. Los “estoy como la mierda” suelen ser contenidos en “salgamos un rato”, “vamos a distraernos”, “ya va a pasar”. Si esa contención cae como bruma al estado de tristeza, cuando lo que hay es depresión, el recordatorio de que la vida sigue, la falsa idea de que todo y todos son reemplazables, las mil formas de creer “si sucede es porque conviene”, aunque explícitamente se lo cuestione, pero en esa misma dirección van los “ya vas a encontrar algo mejor”, “vas a ver como esto es para mejor”, y similares, es directamente un patada karateca. La desconexión llega a su punto clímax cuando las respuestas se vuelven cuestionamiento al valor de ese mal estar: “no seas tan dramático”, “te estás regodeando en el dolor”, “no sabes pedir ayuda”, “pero si te pasaron cosas peores”, y similares.
4
Nobleza obliga con la época, el imperativo de la felicidad estuvo siempre, solo que muy bien camuflado bajo el peso del amor y del buen desear. Desde padres deseando que sus hijos sean lo que quieran ser, pero que sean felices. El sé feliz es el caballito de batalla de lo amigable. Como si uno fuera a ser los estados emocionales que maneja: no, por favor, no. ABC de supervivencia: no somos lo que sentimos ni lo que nos pasa. Estamos, habitamos ánimos y situaciones. Como si no supiéramos lo efímero de la felicidad y lo dócil que se vuelve la realidad cuando la reducimos a una banalización prodigio. Pero, más aún, los que militan la felicidad como decisión de vida se olvidan la principal clave de la toma de decisiones: siempre se deja algo, se pierde algo, aunque más no sea una vieja versión de nosotros. Una decisión es una elección.
En un mundo de súper estrés y ansiedades variadas, con el individualismo y la estigmatización del amor al palo, el falso empoderamiento desempoderando lo vincular, si en lugar de ser felices nos desearan poder lidiar con todo el catálogo emocional, si en vez de desear se apoyara y acompañara más ese lidiar, dejando de lado las expectativas de uno sobre el estado emocional ajeno, si las herramientas para poder lidiar con ese catálogo fueran igual de accesibles para todos, tal vez, el desenlace del mundo no sería tan desesperantemente lógico ni su vida cotidiana tan acontecida en la no piedad.
Pero, volviendo un poco al principio y para terminar, es en la exacta oscilación de la fe que se habilita la única posibilidad humana de piedad. Esa oscilación que nos sirve de refugio a la hora de hablar de Dios es un gesto de piedad frente al cinismo que vamos cosechando en nuestro interior. La duda muerde la matrix (pero cuando la duda da toda la vuelta y deviene conspiración, más que morderla, la fortalece).
Por oscilación se contempla el buen enfrentamiento de las posibilidades. Los procesos no son lineales, las creencias tampoco. No hablo de contradicciones. Hablo de convivencia de opuestos: se puede estar feliz y estar triste al mismo tiempo. Subrayo: puedo tener razón yo en algo y otra persona que dice lo opuesto a mí puede también estar en lo cierto. En este plan, rescato uno de los inicios literarios más maravillosos: “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos; íbamos directamente al cielo y nos extraviábamos en el camino opuesto”. Esta deriva de Dickens al comienzo de Historia de las dos ciudades es casi un pasaje bíblico, tan así que me recuerda a lo que verdaderamente podría funcionar como kryptonita frente a los imperativos que nos ponen a correr a ritmos ajenos: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentar y tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras y tiempo de juntarlas; tiempo de abrazar y tiempo de abstenerse de abrazar; tiempo de buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de desechar; tiempo de romper y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra y tiempo de paz” (Eclesiastés). Para los que la Biblia no vale nada, Dickens. Para los que la literatura no vale nada, la Biblia. Para los que nada vale nada: un gusto, pero mejor lejos.
Solo un recordatorio y la libertad de buscar con la mirada a quien se quiera, porque en esa libertad también hay una fe manifiesta: de los laberintos se sale por arriba, y arriba nuestro lo único que tenemos es cielo. Y esto, claro, no significa que siempre esté despejado: hay tiempos de sol y tiempos de nubosidad en aumento. Nuestros tiempos, y el tiempo siempre va a pérdida.