#48 — Railroad Ladies

Railroad Ladies es el título de un ensayo fotográfico de Sasha Maslov, que viene gozando de alto reconocimiento porque recibió una mención especial en las siempre interesantes elecciones de LensCulture.
El fotógrafo, que reside en NY, eligió para este proyecto volver a sus raíces ucranianas y componer una serie de retratos desde una visión antropológica. A simple vista, lo que vemos en esos retratos, son las las mujeres que cuidan el tráfico en las vías, pero hay mucho más en ese lugar que ocupan.
Dada las propias circunstancias territoriales, estos puestos de trabajo son tan emblemáticos como irrisorios, porque Ucrania, según explica Maslov, cuenta con una red ferroviaria que no solo es imponente, también tiene un fuerte avance tecnológico. Sin embargo, sigue utilizando esta posición “analógica” realizada en un 80% por mujeres, quienes tienen un cobro mensual de alrededor de ₴8000 (ocho mil grivnas), lo que en dinero nuestro rondaría los $18500. La empresa que gestiona la red ferroviaria es Ukrainian Railways, y es propiedad del Estado.
Por eso, con cierta conciencia de empleo público, aunque la función parezca anacrónica, y ellas mismas le hayan confesado a Maslov que suelen sentirse bastante invisibles en la estructura a pesar de sus banderines fluorescentes, todo lo que las rodea se construye como un gran manifiesto de determinación, tanto social como cultural, en una región que está sobrepasada de agitación política, violencia y tragedia económica.
Con jornadas laborales que pueden llegar a ser de doce horas cada dos o tres días, dependiendo la zona, hay en ellas una representación de cierta resistencia ucraniana por dejar atrás un tipo de país que no pudo nunca terminar de ser por estar bajo las violentas pisadas de Putin. Ese país que nunca pudo ser añora la esperanza que significaron los viejos tiempos soviéticos, y aunque también haya sectores que prefieren tomar distancia de esa añoranza, la arquitectura está ahí recordándolo, incluso aún del lado este, donde no hay demasiado tiempo y espacio para la memoria porque la guerra con Rusia mantuvo su brutalidad al máximo los últimos años.
Ellas, entonces, sin querer, son la cara de esas edificaciones chiquitas, muchas legado de la era soviética y otras post independencia, cuando se intentó plasmar un proyecto nacional, fortalecer los trenes e intentaron, así, replicar la practicidad y habitabilidad de esos espacios. Lejos de una literalidad de oficina, también funcionan como una especie de casa, donde muchas veces la que termina su turno puede quedarse, según el horario y la distancia a su hogar o cualquier tipo de necesidad, o se dan entre ellas visitas fuera del horario para hacer más llevadera la jornada. El fotógrafo resaltó que era asombroso ver cómo se mantenían esos espacios: cuidados, alegres, coloridos, reconociendo su valor de habitabilidad.
Se da así una composición trascendental en el ideario ucraniano, porque así como las estaciones donde ellas se encuentran son esos edificios que encarnan un sueño de país, también son la configuración de la melancolía como parte de una identidad nacional, de la que estas mujeres no solo que no escapan, sino que son cuerpo propio.
“En una tormenta se puede dificultar ver el faro. Las mujeres ucranianas que trabajan en los cruces de ferrocarriles son ese faro”, escribe Sasha descansando en la ternura de sus imágenes para no necesitar subrayar el sentido cultural de esa definición, y redondea, dejando escapar su propia dosis de melancolía, “como muchos símbolos controvertidos, serán extrañados en un futuro cuando ya no estén. Por ahora, son un guiño a un pasado que se mezcla con el presente, la señal de un país en el que muchas cosas no cambian aunque todo cambie a su alrededor. Y ellas están ahí firmes, resistentes, esperando el próximo tren”. Y si todos los que somos trabajadores sabemos que en la idea de esperar el próximo tren hay una extensión incierta del futuro que resulta elástica, densa, nadie puede dudar en este momento que en esa idea, además, ahora se contiene demasiado futuro, demasiada densidad, demasiada incertidumbre. Y en realidad, aunque la modernidad no lo tolere, la incertidumbre es uno de los actos más grandes de fe. Puede ser todo lo que a veces necesitamos: la fe no tiene nada que ver con el optimismo, con el hacer ni con lo motivacional. Mueve montañas porque es una pregunta abierta; dicho de otra manera, es la pregunta abierta que mueve al mundo, cada uno de nuestros mundos. En definitiva, es aceptar que el tiempo siempre va a pérdida, y por eso siempre gana.