#25 — El escenario que te parió

“Pipi Calzaslargas”, respondió Michelle Obama cuando le preguntaron sobre su personaje favorito. “Para muchos puede ser extraño que una colorada y pecosa sea la referencia de mi infancia siendo yo una negra del sur de Chicago, pero cuando yo era niña no había personajes parecidos a mí” explicó sobre su elección.
Este escenario que plantea se repite en muchas biografías, y aunque esto cambió bastante, sobre todo en televisión y cine, la referencia genuina hacia las personas de color sigue siendo una deuda cultural pendiente y no desde la piel, sino desde los roles que suelen ocupar negros, latinos, y orientales.
“Nací en Alabama en 1955, imposible sacarme de encima eso, imposible ser de acá y hacer de cuenta que en el ’63 no pasó nada. Luego me formé en el Otis College y crecí en el centro sureño de Los Ángeles, bien cerca de la sede de los Panteras, no había forma de ser indiferente a ellos viéndolos. Estos escenarios determinaron mi arte, no mi color de piel, aunque mi color de piel determinó estos escenarios” explica el artista Kerry James Marshal, quien, sin querer, hace una descripción de época y de la situación política nacional: mientras que desde el sur asomaban los movimientos de derechos civiles, desde el oeste se agitaban los movimientos revolucionarios. Hacia el centro y el norte, todos se unirían con su puño en alto.
La realidad del ’55 al sur es la realidad de la más brutal segregación racial, y el acontecimiento del año ’63 que marcó la vida en Alabama fue el bombardeo a una iglesia baptista por parte del KKK, en una serie de hechos que se sucedieron con esa misma fatalidad a lo largo de ese año en diferentes puntos del país. En ese atentado murieron 4 chicas, una de 11 y otras tres de 14, además de una decena de heridos graves y con lesiones perdurables, la mayoría niños y adolescentes. Esto desató una ola de furia durante tres días, alimentando notablemente la determinación de una comunidad que estaba decidida a enfrentar al racismo.
El partido Pantera Negra lanzó al poco tiempo de su fundación (1966) un periódico que se distribuía a lo largo y ancho del país. Además de comunicados, informes y artículos formativos, había poesía, entrevistas y humor. Pero la principal característica, lo que hizo fuerte a esta publicación, fueron las impactantes ilustraciones de Emory Douglas, ministro de cultura del partido. Por primera vez, con protagonismo y potencia, con fuerza, belleza y sensibilidad, las páginas de un medio estaban cubiertas de afroamericanos, y de afroamericanos iguales a sus lectores: clases media y baja, trabajadores, estudiantes y gente de la calle. Estaban todos ahí ilustrados, visibles y humanizados como nunca antes.
Kerry James Marshall, quien cuando era chico no podía entender porque en los museos no había personas como él y cuando había eran cuadros pequeños y en salas prácticamente ocultas, muestra una influencia de aquellas obras consistentes de Douglas, pero también se remixa con otro gran artista negro llamado Charles White, más clásico. De formación académica, el resultado de sus piezas es de una personalidad imponente, llevando la historia y las tradiciones de su comunidad a una concepción renacentista que supo ir empapándose de las vanguardias del arte contemporáneo.
Una de las grandes características en las obras de Marshall es que sus personajes son de un negro profundo, uniforme. No es una definición casual, no definió hacerlo así para enfatizar el tema racial y la invisibilización de su gente en el arte, sino que también lo hizo como respuesta a una investigación que leyó y lo atormentó, en la que justificaban la ausencia de afroamericanos asociando las “connotaciones y energías negativas” que tienen “los colores oscuros”.
A pesar de toda esta carga, no hay en sus obras énfasis combativo ni evangelizador, lo que explica porque, a priori, tampoco hay signos de esperanza aunque sí un sentido hondo de pertenencia y comunidad. En ese primer plano la captura es la de un momento absolutamente presente, como una instantánea. Es en los detalles, en cambio, y en las sutilezas de los ambientes o paisajes que se encuentra la historia, a veces como nostalgia, otras como deseo. Y es en esos márgenes que la obra se vuelve activamente protestante, con la memoria encendiéndose y haciendo del legado algo mucho más práctico y cercano, o sea, un necesario punto de referencia.