#19 — Guardar destino como

“Saco fotos para recordarle a las personas su belleza y su fuerza. En realidad, saco fotos para mantenerlas vivas”. Estas palabras pertenecen a Nan Goldin (Washington, 1953), y la misión con la que traduce su arte responde a un profundo sentido de supervivencia.
Habiendo dejado su casa apenas iniciada la adolescencia, luego del abandono de su padre y del suicidio de su hermana, ingresó a una escuela comunitaria y experimental donde recibió su primera polaroid.
La etapa sustancial de su carrera está colmada de las amistades con las que compusieron un ideal de familia y con quienes, ya para finales de los ’70 e inicios de los ’80, palpitaron la cultura de los suburbios neoyorkinos. Así, su vida e identidad artística se fueron formando con la New Wave y la escena drag queen.
Con la cámara como único equipaje supo hacer rápidamente la diferencia. Lo que para el resto era un trabajo, una cobertura de investigación, curiosidad o un deseo de aventura, para ella se trataba de su ámbito personal.
Cada una de las piezas de Goldin están tomadas desde un verdadero adentro, un adentro vincular. Hay en su captura, ya sea desde las cotidianas hasta las abismales, una construcción espejada e íntima, donde no hay distancia emocional entre ella y lo fotografiado. La tensión del secreto compartido y la calma de la complicidad, una calma que reconoce al drama como algo habitual, son parte indispensable de su narrativa. En sus palabras, “esas fotografías son una colección de miradas correspondidas”.
Llegando a los ’90 el SIDA empezó a pasar factura y arrasó con su entorno más cercano, para más, las drogas y la violencia doméstica sostenida a través de los años hacían lo suyo. La vida atrás de esas causales quedaba eternizada en su obra con un valor testimonial fundamental, pero, con todo ese duelo en su haber y sus propias adicciones descontroladas, la depresión no tardaría en tomarlo todo: “creía que si fotografiaba mucho a las personas no las perdería nunca y al final mis fotografías me recuerdan todo lo que perdí”.
Mientras que las comunidades LGBT comenzaban a organizarse al ritmo de un flamante mundo globalizado y encontraban en su trabajo una fuente de visibilización, sensibilidad, ternura y memoria, ella entraba en rehabilitación y comenzaba a documentar su tratamiento.
El renacimiento de Nan Goldin vino con nuevas búsquedas creativas -como los deseos de maternidad, la ansiedad por no olvidar, la convivencia con las ausencias- pero, sobre todo, con un reconocimiento justo e internacional que le permite llevar por los museos y galerías más importantes del mundo su historia y el activismo con el que logró resignificar el sentido de la pérdida: “en este mundo o sos conservador o sos radical, y todos se están volviendo conservadores, entonces corresponde volverme cada vez más radical”.