“Estoy en guerra con lo obvio”, declaró alguna vez William Eggleston (Memphis, 1939).
Siendo durante buena parte de su infancia y adolescencia el único nieto de una familia dueña de campos de algodón, el fotógrafo, que fue criado desde una posición económica privilegiada y desde el absoluto consentimiento, revolucionó las formas de narrar lo cotidiano convirtiéndose en el documentalista por excelencia de la transformación suburbana sureña, pero más allá de ella también.
Hasta él, la fotografía a color no sólo que no era una primera opción, sino que era considerada vulgar y “panfletaria”, y mucho menos eran opciones potables las cámaras de bolsillo y las instantáneas, justamente sus herramientas principales.
Eggleston, a priori, representa todos los mandatos de la América blanca que odiamos, *o que -al menos- yo odio*, así como también responde al prejuicio infalible del niño malcriado que encuentra en el arte una ventana de “rebeldía” reconfortante. Pero lejos de quedarse ahí, sus registros -que son tomados como testimonio y objetos de estudio- antecedieron, cubrieron y trascendieron la composición de las sociedades consumistas y el estallido pop; sucesos que, lógicamente, se vincularon y afectaron al escenario que los contenía, tanto rurales como urbanos. A su vez, su visión no le temió jamás a la metáfora, así, la banalidad y lo profundo pueden convivir perfectamente en sus capturas, al igual que el reflejo sombrío del ADN americano.
Una anécdota que describe muy bien el mundo Eggleston es la que cuenta que luego de conseguir su primera cámara, alrededor de los 17 años, se sintió frustrado y agobiado por “la fealdad” que, según él, lo rodeaba. Fue entonces cuando un amigo lo desafió a fotografiar todo “lo horrible” que veía. En ese desafío tomado no sólo resolvió la búsqueda creativa y la reconciliación con Memphis, sino que también forjó su estética y consagró al color y lo espontáneo como valores fotográficos: “Quiero fotos de lo que sea que está ahí donde estoy. Quiero imágenes independientes, incluso de lo que se considera una imagen. No hay mejores o peores tomas, hay imágenes. Y eso es lo que tomo, tomo y rápidamente sigo porque la siguiente foto ya está esperando en algún lado”.
#14 — La fuerza del color
