Ana Teresa Barboza (Lima, 1981) hace de su arte una relación íntima con la fuerza animal.
Sus protagonistas son seres absolutamente vivos, que llenan, con esa vitalidad, los espacios que los contienen. Por eso no asombra como despliegan sus brutalidades, no dejando del todo claro si la bestialidad es propia o ajena. Porque, en realidad, es espejada, y es a partir de ahí que se construye el vínculo.
Conocer nunca significa paz, o no al menos si no la entendemos: la paz radica en que los hechos sucedan y sigan un curso, lo que implica en sí un conflicto, porque en el movimiento que emerge de una decisión -que confluye en otra, y en otra, y así sucesivamente- se genera el groove emocional que exige un compromiso transversal, y siempre hay una otredad.
En definitiva, la fuerza animal nos invita a fluir, y fluir es no resistir.
Lo que resulta más atractivo en sus piezas es la igualdad de fuerzas que propone entre humanos, animales y naturaleza, todos mezclados entre sí interactuando en una armonía imperfecta pero funcional. La igualdad propuesta es casi esotérica y encuentra su razón de ser en el abordaje de las energías de cada parte, energías que necesitan del confiar como acción pujante.
Las piezas de Ana Teresa Barboza son mayoritariamente ilustraciones y fotografías bordadas enriquecidas con otras técnicas, como transfer sobre tela, acuarelas y collages, lo que genera un mundo de texturas y dimensiones que le aportan realismo y profundidad.
En todas esas roturas y comuniones, en todos esos desbordes que se representan saliendo de los límites físicos y racionales, hay un discurrir seductor, como todo aquello que evita la inercia, y lo que se (cor)rompe también repara. La entrega y el respeto al orden natural de las cosas son absolutos y explosivos. O sea, no hay realidad que sea impermeable o inalterable una vez que la pulsión nos tomó el cuerpo.
Ray Bradbury en el cuento La Sirena escribió “Y al fin uno busca destruir a ese otro, no importa quien sea, para que no nos lastime más” y esa resolución, literal o no, también la vemos en estas obras, sabiendo que, finalmente, ante todo, ese otro bestial siempre es, primero, uno mismo.
#11 — Bella&bestia soy
