Dice Jim Dow: “Nueva Orleans es un lugar muy loco. Ciertas áreas son iguales a Buenos Aires, el mismo clima húmedo, en el llano, rodeado por el Misisipi y el Golfo de México, al igual que esta ciudad está entre el Río de la Plata y el Paraná”. Nacido en Boston, su enamoramiento con la fotografía fue total cuando conoció el trabajo del enorme Walker Evans, de quien llegó a ser laboratorista.
Dow llegó a la Argentina de casualidad. Su primera vez fue en 1984 con la tarea de fotografiar estadios, tarea replicada en varios países. Su primera misión, antes que capturar, fue no morir en el intento: a priori, desde el idioma y la mirada extranjera, de un norte supuestamente potencia a un extremo sur cayéndose del mapa, era como llegar a otro planeta. Pero sus anteriores quince años había estado recorriendo todo el interior de Estados Unidos, lo que — sin querer — se convirtió en el disparador perfecto para anclar por estos pagos.
A esa primera visita le siguieron más de quince. Y cuando Buenos Aires ya era apenas una parada, en el salir hacia otras provincias no solo cosechó varias epifanías, también lo llevo a relacionarse diferente en cada regreso a la ciudad capital. Y a su propio país. Así, sumar kilómetros se convirtió en una construcción de sentidos y reflejos: llegó un punto en el que las diferencias entre Estados Unidos y Argentina prácticamente eran indescifrables. Más aún, eso mismo lo asombraba en varios países latinoamericanos, todos tan desconectados entre sí pero tan similares cuando se los ve desde el interior hacia los centros. “Los patrones de construcción, algo de la historia, el carácter de la gente, la manera de reunirse, las personas más allá del lenguaje, te sorprenderías”, concluye.
Parece paradójico que los interiores de los países sean la exteriorización de la visión fanoniana por excelencia. La que no necesita, en realidad, irse hacia ningún interior pero funciona como hilo conductor para luego reconocer el lado B de la postales capitalinas, siempre tomando a esas ciudades estrellas desde una distancia casi turística. Esa visión fanoniana es la que más se pasa por alto cuando se mira hacia eso llamado “potencias” o “primer mundo”, y muy particularmente cuando se mira a Estados Unidos, donde la historia de colonización y el tercermundismo está ahí frente a las narices, tanto como en el resto continental. Aunque sea más cómoda la lectura lineal de mirar al norte y redondear en “imperialismo”.
Pero nada es menos político que una lectura lineal, que una mirada cerrada y certera sobre los devenires culturales, sobre las convivencias sociales, sobre las destrucciones y construcciones que fluyen para la mera supervivencia de todo aquello que, justamente, habilita lo que hace que un país se caracterice y posicione como “potencia”, o su contrario. Porque también está nuestro caso: una Argentina que mira al resto desde arriba de un pony, ya sea cortando toda raíz y enlace con la concepción tercermundista como queriendo exaltarla a partir de construir desde estereotipos.
El punto, al menos para nosotros, es que la despolitización no es un lujo que la fotografía pueda darse. La que jamás se trata de lo que ve, sino de cómo y desde dónde se ve. Sabiendo que esos angulares estarán en permanente movimiento. Porque, más aún, no se trata de ver, sino de leer. Por eso, esto que dice Jim Dow es una de las definiciones más hermosas y reveladoras, porque hace justicia a toda una historia de voces que menospreciaron (¿sin ver o viendo?) su poder: “La fotografía sin contexto rompe las fronteras de lo que creemos por válido o de lo que creemos saber”. Por si es necesario aclarar: el poder de la fotografía, al igual que todo poder, se balancea en el borde, en el sutil pulso donde lo que se juega es a cuenta de vida o de muerte.
Toda fotografía, más que mostrar, pregunta a la humanidad “¿qué ves cuando me ves?” y lo hace con trampa, porque sabe que ninguna respuesta caerá fuera del pulso Eros vs Tánatos.