Para Estación Libro
El investigador literario Fanuel Hanán Díaz, especialista en libros-álbum, en una charla que dio en Buenos Aires hace ya unos cuantos años, cuando empezaba a asomar el libro digital, argumentó que una de las tantas razones por las que seguramente el libro como objeto seguirá existiendo es por la simple acción de dar vuelta la página.
No es difícil desentramar que no hay tan solo una noción romántica en esa idea, y sí, más bien, hay un rasgo por demás personal: el dar vuelta la página responde a una acción íntima, a la propia pulsión de lectura, a la fuerza motora que no es tan solo intelectual ni emotiva, es, también, reflejo de una experiencia táctil en su más amplia expresión y que, como tal, carece de generalidades. Al menos cuando la lectura no se hace de manera automática, en modo “come libros”, sino como móvil, reconociéndola tanto como campo minado que nos disparará las más variadas y fértiles incomodidades, así como factor de goce. La buena lectura, entonces, no te deja nunca en el mismo lugar que estabas cuando la empezaste.
Mi Abandono, de Peter Rock, editado exquisitamente por Godot, configura estas ideas desbordándose de tensiones, lo que provoca -a partir de cierta instancia- que cada vuelta de página sea una necesidad, como si en ese movimiento las tantas historias que se van abriendo y los diálogos internos a los que nos empuja lograran comulgar y darnos un respiro. Para nuestro desafío personal, esto no menguará, solamente irá in crescendo. Esta tensión se mantendrá incluso terminado el libro. O sea, cerramos el libro, pero no se queda callado ahí.
Caroline, la voz narradora, lleva el nombre de su madre fallecida, a la que no conoció. Tiene trece años al momento que arranca nuestra lectura, pero nada será demasiado firme en su corta existencia: habrá otros nombres, otras edades, otras vidas. La primera gran fracción de la novela nos habla de su vida en el bosque con su Padre, un veterano de guerra del que sabremos poco, aunque siempre lo necesario. La vida en el bosque no es metafórica, y queda claro a muy poco de comenzar el libro, porque, incluso entre las oraciones más poéticas, con descripciones enardecidas por la belleza y los desdobles de la naturaleza, se nos advierte que hay en esa definición un manifiesto materializado de visiones sociales y culturales, hasta llegar al punto de la certeza: es una elección política.
Como todos sabemos, lo político es contradicción. Son innumerables contradicciones móviles, utilitarias, incluso desconocidas por uno y que se descubren en la coyuntura. Estamos vivos, el mundo se mueve rápido, todo son intereses, necesidades, deseo y efectos. Pero no estamos solos, somos uno con nosotros y otro con los otros, o al menos si pensamos en un modo social, que es prácticamente inevitable en un escenario vorazmente desigual. Por eso, Mi abandono nos saca a bailar sobre la pista más humana posible, la danza de los conflictos que no solo vibra en sus personajes, también en nosotros.
Padre e hija funcionan como una orquesta. Llevan aproximadamente cuatro años viviendo juntos. Durante ese tiempo lograron aprender de las bendiciones de la naturaleza y transformar en valor propio sus peligros. Son vegetarianos y los viernes ayunan, hábito que solamente se puede tomar cuando se come bien el resto de la semana. Llevan un reloj cada uno marcando la misma hora, que no es la que usa el resto de la sociedad; la hora elegida en común es la guía para marcar el tiempo cuando se toman sus ratos a solas, si no, por lo general, no necesitan saber más que la ubicación de la luna o el sol. La agenda de actividades incluye jugar al ajedrez, pero solo cuando la tarea y el estudio del día está completo. Caroline celebra que Padre le enseñó todo, y lo hizo muy bien, pero ya, en las puertas de la preadolescencia, también admite que hay cosas que aprendió sola y que él no sabe. De manera ocasional, y con ropa guardada especialmente para cada una de esas ocasiones, visitan la ciudad.
Dijimos que funcionan como una orquesta, pero sabemos que hasta la mejor orquesta puede fallar. Un descuido de Caroline marca el primer quiebre del relato, el principio del fin de la vida tal como fue esos últimos cuatro años. Un corredor la descubrió luego de que ella colgara su camisa y se subiera a un árbol a reconocer su cuerpo en ebullición de niña a mujer. Fue cuestión de horas para que los policías avancen sobre el bosque, los encuentren y se los lleven por separado.
Hasta ese momento, sus salidas a la ciudad se limitaban a la búsqueda de alimentos específicos y del cheque que Padre recibía, y seguirán recibiendo, todos los meses por ser soldado. A partir de las intervenciones estatales y de diferentes decisiones personales, la narración será una cuestión de supervivencia de la que florecerán microrrelatos de los más sensibles, dramáticos, tensos e imprevisibles.
La escritura de Rock es generosa en su belleza y nunca deja de ser convocante, sobre todo cuando refuerza el equilibrio que hacen los personajes sobre esa línea tan delgada y fatal que implica la noción de la libertad individual con el terminar siendo rehén de esa idea.
Las últimas páginas son una maratón de preguntas abiertas. Caroline a veces las plantea como tal, otras como certezas. Un buen texto no necesita adornarse de signos de pregunta para que sus lectores lo tomen como tal. A Mi abandono le basta en la primera página citar a Thoreau, y más que cita componer, así, una declaración de ideales para dar cuenta de esto: “Es notable cuántas criaturas viven libres y salvajes en secreto en los bosques, pero se alimentan en los alrededores de los pueblos bajo la sola sospecha de los cazadores”. A partir de esa recepción, la novela irá tocando fibras anestesiadas, pero también sabe que habrá argumentos del otro lado. Posiblemente algunos en común, otros en fuerte oposición. Incluso, la misma novela podría servir para que argumentos opuestos se consoliden a sí mismo. En definitiva, la lectura no se cierra porque el mundo sigue girando y sobre él todos nuestros cuestionamientos al sistema, a buscar cómo pararse uno respecto a los otros y, sobre todo, frente a los estados volátiles, invasivos y represivos, pero siempre con la honestidad de saber que vivir las utopías también es una posibilidad casi de privilegio, porque mientras algunos deciden correrse un poco de la rueda, porque ya no es posible del todo, y esto Padre lo tenía más que claro, otros son directamente expulsados. Las ideas de libertad y sus respectivas luchas, entonces, nunca pueden ser inocentes ni ingenuas.
Es por todo esto que la obra de Peter Rock gana un valor extra al literario, y es que nos permite iluminar un pasaje de reflexión que se sostenga en la creación de ambientes y hábitos más cordiales para todos, sin olvidarnos que a esta altura somos tanto un foco de naturaleza como del sistema.