“Bueno, supongo que nada debe durar para siempre. Tenemos que hacer espacio para otras personas. Es una rueda. Subís y vas hasta el final. Y en ese momento alguien tiene la misma oportunidad de subir, y así sucesivamente”. Estas palabras corresponden a una niñera. Comparada con Mary Poppins por varios de los niños que cuidó, esta historia no tiene solamente un bolso mágico, sombrero y paraguas, también tiene armarios embargados y una de las obras fotográficas más potentes y valiosas del siglo XX.
Nacida en Nueva York (1926), con descendencia francesa y austrohúngara, Vivian Maier creció y pasó gran parte de su juventud en Francia. Se cree que promediando la década del 40 comenzó a experimentar con la fotografía. En 1951 regresó a su ciudad natal y empezó a cuidar niños, trabajo al que se dedicaría toda su vida, aunque a partir de 1956 lo haría en Chicago, en donde llegó a estar más de 17 años en una casa en la que pudo construir su pequeño mundo privado. Con una habitación y baño para ella sola, este ambiente se convirtió muchos años después en una de las claves principales para entender su vida.
Su situación económica nunca fue buena, pero cuando los niños de esa familia crecieron, y coincidiendo con la era Reagan, lo que es decir -en palabras del propio presidente- la crisis económica más grave desde La Gran Depresión, su vida comenzó a tener una inestabilidad de la que no pudo recuperarse más y su realidad pasó a situarse por debajo de la línea de pobreza.
Para sus últimos años, esos niños ya adultos que había cuidado empezaron a ayudarla a pagar un alquiler. Si bien esto significó cierto alivio, ya era tarde: su deuda era tal que no pudieron evitar que varias de sus pertenencias sean embargadas, entre las que estaba un armario donde Maier guardaba sus inseparables valijas, las que cuidaba enfáticamente para que nadie tuviera acceso a ellas.
Estamos ahora en el año 2007. La empresa que recibió las pertenencias embargadas de Vivian envió todo directamente a subastar. Años después, y luego de varias instancias donde lo encontrado se fue dispersando por varios lugares, parte de lo que ella tanto resguardaba llegó a manos de un agente que tenía ganas de escribir un libro sobre su barrio de Chicago. Unas cajas con negativos a cambio de unos pocos cientos de dólares. A priori, nada fuera de lo común, pero en esa compra empezaría su transformación, la que lo llevaría a convertirse en biógrafo y director de arte. Estamos hablando de John Maloof, que cuando comenzó a explorar y revelar los negativos que había adquirido tuvo dos certezas: empezaba así una aventura maratónica de reconstrucción y esa aventura cambiaría mucho más que su vida.
Lamentablemente no llegó a cambiar la de Vivian. Luego de patinarse y recibir un golpe en la cabeza muy fuerte, y como ya no podía mantenerse firme y estaba sola, fue trasladada a un geriátrico. Un año después, en abril del 2009, falleció.
Según los testimonios de quienes la emplearon siempre fue solitaria, reservada y muy defensora de su intimidad, amante de los sombreros, del cine y del teatro. Según los testimonios de los niños que cuidó estaba llena de magia. Y algo de todo esto había.
Resulta que la niñera que exploraba con su cámara los campos y jardines franceses nunca había dejado de hacer fotografías cuando volvió a Norteamérica. Más aún: su acción fue in crescendo hasta resultar antropológica.
La importancia de esa habitación con baño privado impactó directamente en su oficio. En ese espacio ella revelaba y desarrollaba sus propios rollos blanco y negro. Su pase a la fotografía a color coincide con el momento en el que dejó la casa y su vida comenzó a estar tomada por los vaivenes económicos.
Mientras que en blanco y negro los grandes protagonistas de sus fotos son las personas, tomas instantáneas y otras provistas tanto de ternura como de nostalgia, inquietantes e insólitas, pero siempre con la fuerza del arrebato callejero que abraza gestos y actitudes de las más humanas, las imágenes a color comienzan a narrar la misma historia pero a la inversa. Cada vez hay menos lugar para todos esos anónimos que hacen a la anatomía de un tiempo y lugar, y son los objetos, los restos que se acumulan en los márgenes y las serendipias expresivas las que toman sus capturas para seguir moldeando una idea de ciudad en relación con las personas y ya no a la inversa.
Maloof se encontró con más de 100 mil negativos. A través de todo ese material que reconstruye una dinámica temporal y territorial también se pueden distinguir los estados y las estadías de la fotógrafa.
Esta colección impresionante va menguando hacia la década del 90, años en los que ya prácticamente dejó a un lado la cámara obligada por las circunstancias y por acumular una cantidad de rollos más que suficientes: no tenía lugar propio para revelarlos ni trabajarlos.
La obra de Maier es antropológica gracias a su visión. Una visión que apeló al reflejo de la ciudad como representación de su instinto e intuición, componiendo una voz propia que aporta a la narrativa social y cultural mantos de belleza, de misterio y resignación, pero principalmente el reconocimiento de una sensibilidad urbanizada que puede contarse a sí misma. No es exagerado decir que en sus armarios Vivian Maier guardaba una buena porción del alma norteamericana de ese tiempo.
Hay también, aunque esto merece otra lectura aparte, un valor sobre la fuerza de la reserva. El hacer lo que uno es/siente no para el afuera y sí para uno, como móvil de supervivencia y triunfo marcial en un mundo desigual y complejo. Esa ansia dulce y carente de exitismo parece imposible en una modernidad exhibicionista y ruidosa, con los Yo queriendo ser más grande que la obra, la música, la narración, la historia en sí.
Deteniéndonos en cualquiera de las fotografías, sin importar época ni técnica o temática, es completamente entendible que Maloof se viera envuelto en la necesidad de reconstruir la historia y saber más sobre esa mujer que en muchísimas de las capturas aparece fantasmal, siendo una con la ciudad, autorretratándose desde las luces y sombras, como un presagio de quien se convertiría en una de las principales referentes de la fotografía callejera luego de que su rueda llegara al final. Lo que tal vez ella no imaginó es que el subir de otros se daría en su nombre, porque en su descubrimiento se invocó un nuevo auge de la fotografía urbana, aunque seguramente esa sea la materialización de muchos otros procesos íntimos y privados que toca su vida y obra en quienes la admiran y estudian.
Por lo pronto, puede parecer infantil, como cada vez que nos esforzamos en darle respuestas al misterio, pero quizás la famosa eternidad se trate de inspirar a otros.
#40 — Supercalifragilistico
