“Sé que justo cuando me estoy por dormir caen las ideas, y esas ideas vienen con caras, con cuerpos, son formas y figuras que no pude encontrar durante el día, así que ahí al lado de la cama tengo al cuaderno para tomar nota y que no se escapen tan lejos esas visiones” dice Marcel Dzama (Canadá, 1974). Pero claro, lejos de lo ideal, las ideas están vivas, pareciera que las mejores siempre se escapan o uno no termina de bajarlas como las imagina, así que no queda más que empezar a trabajarlas para que vuelvan o lleguen otras.
“En algún punto mis dibujos son rebeliones” cuenta el artista, y parece lógico porque la obra, la que sea que hagamos cada uno, empieza siempre adentro nuestro, en su caso, entre lo real y lo onírico. A veces, incluso, esas ideas van por delante de nosotros, siendo, más de una vez, lo que concretamos en el papel (o en la obra/acción que llevamos adelante) una traducción de lo que aún no llegamos a comprender o reconocer, por lo que, finalmente, lo que llega a ser es el resultado de una búsqueda sobre cómo poder contar (y contarnos) algo.
Cada dibujo de Dzama es un festival de relatos y personalidades que se come, en algún punto, la noción del *buenos / malos* y el *tristes / felices*, o sea, visibiliza el famoso “es más complejo” que tantas veces se pasa por alto porque, bueno, *es más complejo*.
“Viví con mis abuelos durante un año en una granja en Saskatchewan y veía todo tipo de animales con personalidades muy diferentes entre sí. Desde entonces, siempre recurro a ellos como una representación de historias mitológicas y fabulaciones” explica el ilustrador que, además de ser uno de los mimados de las galerías más importantes, trabajó para Arcade Fire, Beck, Dave Eggers y Spike Jonze, entre otros.
Irónico por sobre todas las cosas, las acuarelas de Marcel son delicadas y sensuales; podrían ser perfectamente una escena de Big Fish o caer adentro de alguna película de los hermanos Coen, y, a su vez, podrían estar sucediendo a principio del siglo XX, en un futuro desconocido o ahora mismo adelante nuestro.
Esa amplia representación temática y temporal -que no pone para nada en juego la identidad estética propia- se hace fuerte en un panorama de influencias absolutamente populares que el artista supo usar a su favor y no esconde, influencias que van desde el cómic hasta el cine, pasando por teatros, circos y cabarets, libros de todo tipo y revistas baratas, etcétera.
En definitiva, Marcel Dzama nos ofrece un mundo en armonía con el conflicto, en el cual la vida, el sexo, la desesperación, la calma, la violencia y la muerte no sólo ocurren al mismo tiempo, sino que se necesitan y se retroalimentan entre sí, básicamente, dándose sentido. O siendo el sentido en sí mismo.
#13 — La rebelión del sentido
