Publicada en La Agenda
Voy a arrancar con el clamor definitivo: Cómo pisar una cáscara de banana, de Adrián Lakerman (Planeta, 2024), es el libro que necesitábamos leer y no lo sabíamos.
Sin miedo a la exageración, podemos decir que su ya clásico podcast Comedia entra en un top tres de los acontecimientos culturales argentinos de la última década. Entre todas las razones que tengo para tamaña sentencia, Comedia habilita un espacio de conversación que ayuda a pensar en serio el humor con los humoristas. Una escucha como pocas veces tuvimos la oportunidad de ejercitar con ellos por fuera de sus personajes y sin la necesidad de tener que reconfirmarse cómicos haciendo chistes a cada rato.
Si el hilo conductor del podcast es pensar el humor y las construcciones artísticas en juego con las épocas y sus demandas, cada episodio va tomando una forma particular de acuerdo al invitado. Lakerman conduce e impulsa con un claro conocimiento del que tiene enfrente, pero nunca se pone por encima del otro ni mucho menos de las historias que se comparten. Es un podcast descentralizado de su creador y anfitrión. Algo prácticamente inédito en el egocéntrico, esnob y aspiracional ecosistema cultural. Y si revisamos los entrevistados, esa descentralización se multiplica en otras: todos los estilos, de todas las ideologías, y lo mejor, de todos los tiempos posibles.
Comedia comparte podio en ese ranking personal e imaginario con “El humor de…”, su columna en Gelatina. Acá Lakerman hace zoom sobre el humor de distintas figuras sociales y culturales que a primera vista, por lo general, no tienen nada que ver con lo cómico. El humor aparece como imprevisto, carisma, sombra o resultado de otras cosas. Esto provoca nuevas risas y nuevas formas de relacionarnos con el protagonista semanal.
Porque acá, más allá de reconocer la gracia de los elegidos, la protagonista es la risa. Por eso es una columna incómoda: los que despreciamos pueden hacernos reír más que los que amamos, y de repente nos estamos riendo con gente a la que le negaríamos un vaso de agua y nos estamos riendo de gente a la que le ofrenderíamos la mejor mollejita en un asado. En perspectiva, esa incomodidad deviene en desafío: ahí donde el odio y la muerte parecen vencer al amor y a la vida, el humor, y solo el humor, les dice “hoy no”. La risa como una serendipia social pero también como una tragedia para los que no cuidan la buena salud del humor.

El gran ensamblador de todo lo dicho anteriormente es Cómo pisar una cáscara de banana, que, entre otras maravillas, es una fuente de herramientas, lecturas, ideas, invitaciones para intentar airear ese desafío. Por eso lo necesitábamos: por la urgencia de (volver al) humor y de leer a través de ese humor la realidad por otros medios para vencer lo literal y lo solemne. Desarrollar esto sería otra nota, pero es imposible separar los niveles de violencia en los que estamos sin pensar lo literales y solemnes que fueron los últimos años (mientras que por lo bajo, y no tan bajo, lo que mandaba era la doble vara, que aunque ya se revelaba a toda luz en la misma sobreactuación, se termina de materializar en muchos de los rebotes, incredulidades, resentimientos e impotencias actuales).
“El humor es el rompimiento de una estructura. Es quebrar lo establecido”, escribe Adrián en el capítulo “Sorpresa (intelectual)”, justo el que antecede a “Humor político (Argentina y algo más)”. Ahí leemos que también es “un mecanismo liberador; puede ser revolucionario y poderoso. Muchas veces pienso que la idea de pedirle tantos límites al humor tiene que ver con lo poderoso que puede ser (…), con lo popular, lo transversal, lo revulsivo y lo abre mentes que puede resultar”. El humor y la risa sucede con otros, Fito diría “nada nos deja más en soledad que la alegría si se va”. Lo mismo la libertad: nadie es libre en soledad.
Jean Cocteau decía “no quieras atrapar la poesía, la ahuyentarás”. Si reemplazamos poesía por humor funciona, y si pensamos el humor como el dispositivo que realmente es nos vamos a dar cuenta de todo lo que ahuyentamos y perdemos en ese afán de atraparlo. Y aunque esa lista es bien concreta (y extensa), digo, no solo es metafórica o simbólica, me interesa ir a lo que nos trasciende y es central, aunque no parece importarle a ninguno de los lados de las grietas que interfieren los destinos sociales y aspiran a controlar el humor: “El mundo es un lugar hostil, desgraciado, donde hay dolor, tristeza, miedo y sufrimiento. Ahí entra el mecanismo que propone una forma de salvación, la risa”, dice Lakerman. Entonces, limitar la risa es limitar una forma de salvación, algo que ni Dios se atreve a hacer.
“El humor es un lenguaje que permite contar otras cosas, a veces con mayor profundidad y otras veces con simpleza”, se lee en “Escatología (Cuerpo de aire y corazón de viento)”. La idea continúa así: “el humor, y la elección de chistes, son vehículos que nos mueven dentro de la trama (…) son ideas y mensajes un tanto ocultos que permiten no generar algo subrayado”. Lo que termina llevando al texto a ejemplificar con una escena de la película Puan —la del pañal cagado— y obliga a Lakerman a hacer explícito el superpoder que el humor vehiculiza: “nos podemos imaginar”. De Octavia Butler a nuestra Chiqui González, pasando por tantas otras, son muchas las grandes voces que ponen en el centro de lo político la posibilidad de imaginar y su condición de indispensable. Me quedo con una idea de la dramaturga argentina: “Quienes puedan inventar realidades no serán dominados y podrán decidir sobre sus vidas”.
En el humor resiste lo inglobalizable: cada país, y a su vez regiones, provincias, ciudades tienen su propio humor. De estas ideas, siempre como punto de encuentro, Lakerman nos presenta al humor no solo como parte de la conversación pública, lo más transformador de su lectura es que nos lo presenta como otra capa de lo que llamamos espacio público. Sigo pensando con Chiqui González: “El espacio público en cultura es un lugar para ‘aparecer’ y no para ‘parecer’, un espacio que iguala oportunidades donde uno puede revelarse y rebelarse”. Su ponencia continúa con una larga lista de recompensas que cosechamos en el espacio público, entre otras: bien común, memoria, construcción de identidades, patrimonio cultural, intercambios que no se podrían dar de ninguna otra manera sino fuera por la gestión de ese espacio en común que, aún abstracto, piensa un territorio para todos.

Siguiendo esta relación, no me asombra encontrar que todas esas recompensas mencionadas por González aparecen en Cómo pisar una cáscara de banana siendo fortalecidas desde el humor o bien, siendo amenazadas. Tal vez sea por esto mismo que toda postulación de Lakerman no se trata solo de hacer reír, y eso es en sí un tesoro, sino que toma posición. Usa la historia del humor para acusar historia política y consecuencias dolorosas, algunas aún en discusión, abiertas, con poder. Inevitablemente esto es también hacer historia de nuestras vidas.
Hay un pasaje en El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, que traduce mejor estas conclusiones: “El mundo parece estar hundiéndose, pero yo sigo narrando su historia como al principio, con la voz cantarina que me sostiene, salvado gracias a la narración del caos del presente y protegido para el futuro. (…) todavía nadie ha conseguido entonar una epopeya por la paz, ¿qué pasa con la paz que no consigue apasionar largamente y apenas se deja describir? ¿Debo rendirme ahora? Si me rindo, la humanidad perderá su narrador, y si la humanidad pierde algún día a su narrador, habrá perdido también su infancia”.
Lakerman incluso recuerda que Freud escribió que “los chistes recuperan la risa infantil perdida”. Pero no se queda ahí, le anexa como nota propia que esa risa infantil se pierde por culpa de la cultura y la sociedad.
Entonces, más que pensar en sus límites, más que exhortar a un sinfín de retornos ya caducos y otros moldeados a conservadurismos que se visten de ovejas en el desierto, tal vez el mejor renacimiento que podemos regalarnos es desculpabilizar la risa y consagrarla como dispositivo de salvación. Una salvación que hoy también podría ser democrática, un espacio público —el humor— que impulsa una nueva risa social —reencuentro— por sobre el individualismo efectivo y útil sujeto a su condición redituable. Una nueva risa social para que —parafraseando a Victor Jara en su canción “Vientos del pueblo”— la estrella de la esperanza y la libertad sigan siendo nuestras. Así cuando pisamos una cáscara de banana nos reímos (y como idiotas, como exhorta Pedro Saborido en el prólogo), pero también nos ayudamos a levantarnos.