Publicada en La Agenda./
La historia es bastante conocida y viral. Invitada al programa Tres Estrellas (Gelatina), Charo López le cuenta a Pedro Rosemblat y equipo su pasión por Dillom, el artista más interesante de la nueva generación y, pecando de cierto apresuramiento, de los raperos más preciosos que han florecido en nuestro idioma (aunque no sea solo un rapero, de hecho, le cabe perfecto el traje completo de la cultura hip hop, por muy cerca que esté cada vez de cumplir el viejo sueño de tener su banda de rock). Aquel mediodía, Charo confesaba el pudor que le daba expresar su amor por él, “porque es para los jóvenes”, y muy en su salsa nos ofrendó con voz de abuela un “Te quiero mucho, Dillom” que automáticamente se hizo bandera entre los que doblamos en edad al pibe de oro y nos rendimos a sus pies. Esta rendición no solo se hace a fuerza de su talento artístico, también de su labia y sus posicionamientos. En medio del ruido, el tipo dice, y dice mucho y por partida doble. Quien quiera oír, entonces, que oiga.
Dillom es el personaje creado por Dylan León Masa, un artista todoterreno de 23 años, con una infancia y adolescencia sacudida por distintas turbulencias familiares que suele ponerse en el centro de las notas, así que no nos detendremos demasiado ahí, sino en la convivencia del personaje con la persona. La persona que tomó las decisiones correctas para que el personaje enfrentara al mundo y rompiera a espadazos toda superficialidad epocal, abrazando la oscuridad, exteriorizando las preguntas existenciales más incómodas y uniendo con inteligencia, gracia, sensibilidad y desfachatez las dimensiones del mundo espiritual y terrenal, el afuera con el adentro, las dos voces propias, la buena y la mala, la oscura y la luminosa, bah, las dos voces que todos tenemos.
Entrevistado por Sebastián Ramos para la Rolling Stone, Dylan comparte una idea que podría ser extraída de La parábola del sembrador, de Octavia Butler. Ahí donde la autora dice que las personas “no tienen poder para mejorar sus vidas, pero sí tienen el poder de hacer que otros estén todavía más infelices. Y la única manera de probarte a tí mismo que tienes poder es usándolo”, él dice “la única forma de perder el miedo es darle miedo a otro (…) A veces me da cagazo estar en la oscuridad, solo en un bosque, y me ha pasado de esconderme para hacerle una joda a un amigo. Y como estaba tratando de asustar a otro, a mí no me daba miedo, y en realidad en otro contexto estaría cagado en las patas. Esa situación un poco te empodera. Pensar: ‘Los voy a hacer concha a todos’ o ‘voy a matar a alguien’… Obviamente después no lo hacés (…) Pero bueno, hacer el mal te empodera un poco, ja”. Mientras que la Butler pone a sus personajes no tan ficticios a incendiar casas, “la gente está provocando incendios para librarse de quien quiera que les desagrade, desde enemigos personales a cualquiera que se vea o suene extranjero o racialmente diferente”, Dylan probó su poder tomando (al menos) tres decisiones que le permiten hoy mirar hacia atrás y, como le contestó a Javier Gutierrez en un ping pong, decirle al niño que fue “no toques nada, seguí así”.
Una de esas decisiones fue priorizar su música por sobre cualquier escenario o situación que esté atravesando, darle el tiempo, espacio, la dedicación y el salir a buscar los lugares y momentos para que esa música ocurra más allá de él en una pieza. Otra decisión fue y es ser consciente de la no casualidad de esa ocurrencia, de su responsabilidad y absoluta intervención en su vida para que las cosas sucedan y de la forma en la que suceden, quiero decir, desde no delegar, no seguir tendencias, no automatizar ni dar nada por hecho hasta no llevar los volantazos fantásticos al campo de lo mágico, no apresurarse, no apostar tampoco a fórmulas que parecen casi piramidales; Dylan no se olvida de que Dillom es una criatura creada al calor de su compromiso con su música. Y, finalmente, otra decisión clave fue el psicoanálisis. Así lo contó invitado al programa de Migue Granados en Olga: “fui a buscar pastillas y me encontré con algo muy valioso. Me cambió la vida”. Tres decisiones que favorecieron el hacer un camino en función de lo que él resume bien frente a Ramos: todo ese miedo, todo eso alrededor de uno y dentro de uno “lo más sano es sacarlo en forma de arte”.
Dylan tenía 7 años cuando Kanye West, su artista favorito, lanzó I Wonder, la canción que frente al micrófono de Gutierrez se llevó todo su reconocimiento como “la mejor canción de la historia”. Ahí, Kanye samplea My Song, de Labi Siffre, para conversar juntos sobre los versos originales, de donde también sale el título elegido por West para su tema; así, las dos voces descansan sobre ese gancho sensual y tramposo que exhorta: “me pregunto si sabes lo que significa encontrar tus sueños”. En los dos discos de Dillom, Dylan encontró la forma de darles una respuesta.
Post mortem vio la luz el primer día de diciembre de 2021, un álbum debut cargado de información musical, poesía y catarsis para vencer el miedo a morir antes de que todas esas canciones se den a conocer. Aunque hay otro miedo a morir que también es un punto en esa dirección, pero un lado oculto: el miedo a morir cuando uno empieza a tocar con los dedos la vida que desea. La primera respuesta a la pregunta de Siffre/West podría ser: sé lo que significa(ría) encontrar mis sueños después de muerto. Por cesárea, el segundo disco, lleva apenas un par de semanas sonando y a los pocos minutos de haber sido lanzado ya rompía algunas métricas, superaba propios récords y ajenos, pero lo más inédito fue una maratón unánime de apreciación, respeto y amor por él y para el disco. Cargado una vez más de información musical, poesía y, esta vez, exploración existencial, Labbie Siffre y Kanye West ya tienen otra respuesta: encontrar mis sueños significa encontrar mis decisiones, pero también encontrar lo que podría haber pasado sin mis decisiones. Dicho de otra forma, desde los versos de “Últimamente”, el track que abre Por cesárea: “Ni a mi peor enemigo le deseo la sensación de ver la vida dependiendo de una mala decisión”.
Me gustaba decir que el primero era un álbum que a Don Draper, si tan solo existiera y pudiera hacérselo escuchar, le hubiera alumbrado algunas de esas zonas peligrosas que lo llevaban al loop de siempre huir y renacer en otra parte. En esta línea de lo improbable y de lo que no existe, el último disco tiene las canciones que necesita el walkman de BoJack Horseman. Pero la lectura aislada de cada trabajo es apenas una tentación, porque Post mortem y Por cesárea son dos discos conceptuales del carajo, dos guiones que se retroalimentan y fortalecen a pesar del abismo que los separa. Bienaventurados los que ven la vida después de la muerte. La muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo. O como escribe Luciano Lamberti en uno de sus poemas de San Francisco: “la consumación de todo lo posible”. Y solo en lo posible la vida y la muerte, o bien, la muerte en vida y la vida en muerte conviven para que los buenos lectores, lectores agudos del ser y del no ser que se prueban el poder a sí mismos, hagan arte de esas extremidades.
Cuando pasó por la mesa musical del programa FA! compartió noche de invitados con Lali, que participa de Por cesárea, justo en el clímax del disco, con “La carie”. En esa oscuridad máxima previa al amanecer, mejor dicho, en esa última oscuridad uterina/bucal, la estrella pop le pone voz a la conmovedora “Plegaria desvelada”, de María Elena Walsh: “Dios mío, dame mi sueño de paz y no de pastillas, el diablo que nunca duerme, penando me despabila”. La voz de Lali se luce justo en la puerta del tema que cambia la atmósfera hacia el final del álbum, con ese cierre glorioso, renacentista, gospelero de “Ciudad de la paz”. Y también se lució aquella noche del programa cuando juntos se tiraron unas paredes para poner en jaque a los prejuicios generacionales que caen sobre ellos. Dillom les cuenta a Mex y a todos los presentes que se queda afuera de ciertas cosas porque no sabe hacer coreos ni bailar, Lali le dice que no se tire abajo, que baila muy bien, él devuelve que le pone onda pero igual no le da para Tiktok. Ya más en seriedad, Espósito advierte “uno forma parte de una generación que siempre está señalada como ‘tu generación no sabe apreciar’ y eso es un plomo, porque dentro de cada generación hay un montón de miradas del arte y uno siempre está desde su perspectiva tratando de aportar lo que siente que no hay o aunque haya, aportando lo de uno, que es personal y tiene la suficiente profundidad y power para ser parte de esa generación y que aporte algo. Pero eso es una decisión”, y ahí su brazo se estira hacia Dylan, el pibe que algo sabe de decisiones, y ambos acuerdan frente al apoyo de los demás comensales, en especial, de una mirada amorosísima de Mercedes Morán que lo escucha con atención contar las aventuras de ser un artista independiente, que hay que bancársela, que es una suerte y una desgracia, pero que hay libertad, amor, pasión y un grupo de amigos sinceros que priorizan otras cuestiones antes de hacer plata, sin perder el sentido de lo comercial, “no es que nos vamos a ir a vivir abajo de un puente”, buscan “hacer algo que trascienda, que tenga otro valor”.
Volviendo a la gira de prensa con Por cesárea bajo el brazo, sentado en Olga, algo de esta conversación se extiende: “A mí me pasa que ya tengo una diferencia espiritual, filosófica, con cierta gente que ve el arte como un negocio, a ver cuántas minas me levanto, no sé, hacerse el lindo, y no lo ve como lo veo yo… Una forma de expresarse, de contar historias, de molestar, de transmitir algo… Ya que hagas la música con un propósito material, sentarse a hacer un hit, o estar en el estudio pensando en el recorte que va a ir a Tiktok, ja, es recontra efímero. Eso me parece una forrada”. Invitado de Rebord en Blender, en plena tormenta desatada por el último disco de Tini, Un mechón de pelo, para sorpresa de los presentes, Dillom saca el nombre de la cantante de la galera y sale a bancarla porque hizo algo diferente a lo que suele hacer y a lo que se espera de ella, “te puede gustar menos, te puede gustar más pero, en la posición que está ella, se la jugó, loco, y ojalá que mucha gente más se anime. Están todos llenos de guita ya, ¿cuánta más guita quieren? Hagan algo que esté bueno y sean felices”.
Hace unas semanas estuvo en Colombia, antes de terminar una entrevista le pidieron “un mensajito conciso” para la juventud sudamericana y local: “no tomen cocaína y no voten a la ultraderecha, no sean pelotudos, loco”. El chico que sostenía el micrófono solo pudo reír y el video se acabó con un “gracias, hermanito”. El mensaje es directo y crucial. Igual que lo fue en el Cosquín Rock cuando nos hizo viajar de lleno a los 90 y a otros los bautizó con su versión de “Sr. Cobranza”.
Dylan y Dillom van y vienen, entran y salen el uno del otro con hidalguía y elegancia pero hay una constante: las dos voces son despiertas, disruptivas, rápidas y, sobre todo, lúcidas. Alguna vez lo escuché decir que no podría nunca ser las veinticuatro horas Dillom, vivir en el personaje. Si mal no recuerdo, nombró como ejemplos de los que sí pueden hacerlo a Charly y a Kanye, que siempre está en sus declaraciones. Y lo siento por mi asociación con otro nombre, aunque está claro el sello Ye en él, a mí, hay algo en su forma artística y de manejar ese desdoble —que también es un desdoble de lo privado y público, lo íntimo y lo social, una línea que separa la mirada ajena de lo que realmente es y mantiene a raya la fascinación, el amor fan, el idilio, los amigos y las experiencias del campeón— que me recuerda mucho a MF DOOM.
La historia de vida como circunstancia y disparador, sin relativizar pero tampoco perpetuando. Las influencias como fuerza motora, las emociones sin tabúes. La formulación cultural por delante, la comprensión del arte que jamás es individual, y ahí donde otros quieren construir puro morbo, mercado, bait, entonces, la música, el paso firme y la sonrisa desarman toda maniobra. En otras palabras, el poder de las decisiones para cuando el mundo ataca, la resistencia del don para cuando el arte demande.
