Esto es un recorte del Delivery #72
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En un viaje por el continente, el entrerriano Gustavo Germano (Chajarí, 1964) descubrió su gusto por la fotografía. Era 1986 y tenía 22 años. Hacía diez años que su hermano Eduardo Raúl Germano estaba desaparecido, había sido detenido por la dictadura el 17/12/1976. Sus restos fueron identificados en el 2014 gracias al enorme trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Gustavo arrancó la década del 90 haciéndose lugar en los medios porteños y del litoral como fotoperiodista y editor gráfico. Pero para el 2001 partió a Barcelona y la relación con la cámara cambió para siempre. Su trabajo comenzó a enfocarse en diferentes proyectos fotográficos de “memoria social y ciudadana”.
Entre el 2006 y el 2007, esta curva tocaría la puerta de lo familiar con la inauguración de “Ausencias”, un ensayo fotográfico que hace posible lo imposible: traer a los desaparecidos a escena y hacer de su ausencia la marca que cuenta la historia. Contar la historia es lo que nos permite estar en la presencia del desaparecido que está en la falta contrapuesta a un pasado en el que podemos verlo. Entre el 2012 y el 2017, “Ausencias” se multiplicó con los detenidos-desaparecidos por las dictaduras de Brasil y Uruguay y en circunstancias que responden al mismo sistema en Colombia.













La potencia de esas imágenes es la potencia del quedarse sin habla. Pero el quedarse sin habla está diciendo todo lo que necesitamos escuchar. Un no hablar que hace figura literal la falta que necesitamos notar. El diálogo entre la foto completa y la foto de la ausencia está cargado de carácter, es incómodo porque el vacío no deja lugar a la duda: los ausentes nos fueron arrancados y aún así ahí están. Es el mismo arrancamiento el que los vuelve omnipresentes.
Durante el 2008 y 2009, Germano se dedicó a retratar algunos de los 500 mil exiliados de España frente al triunfo fascista. Esta serie se llama “Distancias”. La foto primera es la del exiliado en su ciudad natal, la que dialoga es la actual en otra ciudad y con todos esos años encima. Pero lejos de ser un contraste de paso del tiempo, lo que pasa entre una y otra fotografía es la historia. Pienso en esa línea absoluta y fatal que escribe Edouard Louis en el conmovedor Quién mató a mi padre: “La historia de tu cuerpo acusa la historia política”. Más aún, las líneas que nos llevan a esa oración no tienen desperdicio alguno y trazan la intimidad entre todos estos proyectos: “La historia de tu sufrimiento tiene nombres y apellidos. (…) La historia de tu cuerpo es la historia de esos nombres que se han ido turnando para arruinarlo”.



Los arrancados de nuestras vidas, los que son arrancados de sus tierras, los que quedamos pero sin esa parte y haciendo presencia en la falta acusamos la historia y pronunciamos los nombres de los genocidas, de sus cómplices, porque tenemos la obligación de reconocer y desarticular la crueldad, el morbo, el lenguaje fascista, porque las palabras son nuestras: no es que lo que acusan estos cuerpos son la paga por cada palabra, es que los cuerpos que acusan la historia política son las palabras.
“Búsquedas” es el ensayo fotográfico con el que Gustavo empieza a completar el rompecabezas. Retratos a madres y padres, hermanos y hermanas que buscan a los (sus) niños robados en España entre 1940 y 1990. De nuevo hay vacío en las fotos pero esta vez el vacío es vacío, y desesperación, angustia, desolación. El tiempo corre, es un vacío a contrarreloj. La fotografía en este caso no puede hacer posible lo imposible, porque el campo de lo posible todavía rige para nosotros como un mandato: encontrarlos, exigir que nos digan dónde están, no olvidarlos, no resignarnos, no reconciliarnos ni permitir la relativización. El vacío acusa la historia. Y cuando el reencuentro es posible no solo acusa la historia, la burla. Por eso este proyecto se completa con los nietos restituidos por Abuelas de Plaza de Mayo. Hay abrazos, hay sonrisas, hay miradas correspondidas: hay historia que nadie borra y que se escucha aún si no hubiera oídos para hacerlo, porque es la historia de lo imborrable y del cuerpo que acusa.







En su página, Gustavo Germano acompaña todos estos proyectos, por demás conocidos, con las biografías de los desaparecidos, de los nietos restituidos, de los exiliados, de los familiares que esperan y luchan. El moño es un proyecto de intervención urbana: calles cubiertas por esas imágenes que nos miran de frente y nos piden atención, ellos también demandan Memoria, Verdad y Justicia, pero, en ciertos contextos, tal vez sea necesario tomar esa demanda solo hacia nosotros, los que nos llenamos la boca, el corazón, el alma, la vida de esa proclama. Dicho de otra manera, mirarnos para recordarnos quiénes somos y por qué somos los que somos.






Porque cuando toda la maquinaria viene por nuestras luchas, están viniendo porque saben que ellos están en nosotros. Vienen por todo lo que hacemos y todo lo que amamos, porque lo hacemos gracias a los que ya no están y por eso los amamos también. Y salimos a defenderlo porque están en nosotros, porque eso nos dejaron. Es falso que dejaron la vida por darnos un país mejor, no la dejaron, se la arrancaron, pero aún sabiendo que eso era posible ellos no tuvieron miedo de ser los que fueron. Lo que nos obliga a nosotros a ser los que somos. Y frente a tanto ataque, tanto discurso violento, agraviante, denigrante, frente a tanto que aplasta, bueno, tal vez nos gane el ruido, la confusión saturada y se nos olviden estos básicos que, en definitiva, nos señalan quiénes somos.
¿Quiénes somos? Somos un pueblazo.
No somos víctimas, no estamos derrotados. Cantamos “no nos han vencido” pero estamos 24/7 en modo vencidos. Hay que dejar de hablar como víctimas (que no somos) y de regodearse en una falsa autocompasión, dejar de habitar una derrota que no es tal: las elecciones se pierden y se ganan, pero las pierden y las ganan tipos que representan mejor o peor las ideas, que hacen bien o hacen mal lo que representan, que se equivocan y mucho, que especulan y usan lo que nuestros cuerpos acusan. Pero no es nuestra historia la que pierde la elección. No son la Memoria, la Verdad y la Justicia las que pierden las elecciones. ¿Cuántas veces, y de formas multitudinarias, este país demostró los últimos años que no va a aceptar genocidas sueltos?
Escribo esto mientras me encuentro un tweet de Alex Kohan que dice “qué verdadera es la presencia”. Es verdadera, y la verdad es ordenadora. Me acuerdo de lo que tiró Dárgelos hace unos meses: se viene el cuerpo a cuerpo. Cuerpo a cuerpo, de nuevo, cuerpos a cuerpos que acusan historia.
Una historia que es más grande, más fuerte, más multitudinaria que cualquier victoria temporal. Porque las derrotas y la victorias son temporales, pero la historia que acusan los cuerpos son eternas. Mientras que seamos cuerpos que acusan historia y voces que pronuncian los nombres de nuestro sufrimiento no habrá algoritmo ni calle online que valga. Mientras seamos cuerpo y no nos olvidemos nosotros quiénes somos, los dónde están, los seguimos buscando, no hay perdón ni olvido que cambie según derrotas o victorias aleatorias. Como dijo Hebe: van a matarnos y vamos a seguir estando.
Ella estuvo hoy. Nosotros también.
Al gran pueblo argentino, salud!



